3 dic 2013

ALBANIA



Temprano, muy temprano me vi dentro de un taxi dirección al centro de Tirana. Aun me estaba desperezando, me había levantado tan pronto que el viaje en avión me parecía un sueño. En el taxi -Mercedes del año “pun”- viajaban mis acompañantes con los rostros igual de enajenados que el mío.
Probé algunas palabras en inglés dirigiéndome al taxista y no hubo respuesta. Miré por la ventanilla buscando gestos que dominaran sobre la pesadez de mi cabeza, que me hicieran despertar de una vez y lo primero que me impactó fue un cartel publicitario que vendía el “hospital americano”. Pensé que al menos podríamos tener una buena atención sanitaria, pagando claro.
Siempre que viajamos no nos informamos prácticamente de nada y esta vez no iba a ser menos. El destino elegido suele ser el lugar con menos turismo, y ahora que nos acompaña Viriato, de 3 años, no muy lejano. Compramos billete de avión y reservamos la primera noche de hotel por Internet, lo demás que pase como tenga que pasar. Eran dos semanas sin prisas, así nos planteamos el viaje.


El taxi continuaba al galope por la carretera hasta que llegamos a la entrada de la ciudad, una aglomeración de casas y de coches sin sentido pero con una intención clara de no quedarse atrás, nos rodeaban. El taxista era un experto y atravesamos en 15 minutos lo que el último día nos costó 40 en nuestro propio coche. Llegamos a la plaza principal, la orgullosa plaza limpia y pura, un ejemplo del antiguo sistema político comunista por sus grandes dimensiones. Skanderbeg es el héroe nacional y su estatua lidera la plaza del mismo nombre. El centro de la ciudad está marcado por esa historia comunista pero solo se percibe en los grandes espacios, la apertura de los albaneses al capitalismo ha sido muy rápida, en el 90 cayó y desde entonces las mentes han sabido adaptarse al consumismo como los niños al manejo de los móviles táctiles.

Dormimos hasta medio día y aparentamos una buena comida con rasgos italianos en un restaurante bullicioso cerca del hotel. Mi mente seguía observando el terreno, niños vendiendo bolígrafos, aceras destruidas, edificios de lenta construcción, calor a principio de octubre… Aun funciona el sacarse la mesa y las sillas entre dos coches aparcados y tirarse toda la tarde jugando a las cartas. Vendedores ambulantes de chicles, tabaco. Mi mente dibujaba una retrospectiva de nuestros años 70.

Era mucho más clara la inversión privada que la pública. Lo público es algo abstracto, es una palabreja no creíble para los ciudadanos de Albania. No se creen que pagando impuestos se consiga nada, es una pantomima de los políticos y aunque los habitantes estén obligados a cumplir con los pagos, muy pocos lo hacen. En la disputa final por unos euros que nos quiso timar la compañía de coches de alquiler, conocimos a un chico que pagaba 1 euro al mes de electricidad. Increíble, ¿verdad? Impensable ¿cierto? Hasta que te dice que todas las viviendas están enganchadas de “estrangis” a la red general y comprendes, con tu mente de aquí, que eso es lo que falla en nuestra podrida sociedad. Aunque sin dejar de reflexionar en lo mismo, parece más incrédulo creer en los deberes ciudadanos que en que alguien page 1 euro al mes en su factura de consumo eléctrico.

Subimos al Sky hotel, con un restaurante bar en el último piso. Las vistas eran espectaculares y las dimensiones de la ciudad eran mucho más claras. Al final de la superficie de viviendas se veían montañas sin bosque, peladas hasta la cumbre. Muy probablemente cubiertas de nieve en invierno y uno de los recursos turísticos más atractivos y menos explotado del país. Solo los profesionales de la montaña vienen a disfrutar de ellas, porque los aficionados necesitamos un confort estrictamente relacionado con nuestra afición.

La familia de tres, subimos, deliberamos y descendimos en el ascensor escuchando constantemente la música de varios bares que estaban a los pies del Sky. Buscábamos un lugar para cenar, anduvimos y encontramos un restaurante enjaimado que nos sirvió muy buena comida a bajo coste. Todo rico y más cuando es barato. El último día volvimos al mismo lugar, todo perfecto, pero en esa ocasión, acompañamos la comida con una tormenta de agua impactante y atronadora, un golpe fuerte, duro y seco nos levantó de los sofás, un vigoroso trueno impactó a pocos kilómetros de nuestros pies. Viriato, asustado, vino hacia nosotros, nos vería esa cara que se te queda cuando la sonrisa sale por culpa de un miedo inesperado.

Empezamos la conducción dos horas más tarde de lo previsto y salimos de la ciudad después de varios intentos fallidos, el desparrame de callejuelas nos llevó al fin a una carretera estrecha e inacabada por los arcenes que subía, dirección al este, hacia una montaña triste. Durante el recorrido vimos muchas partes del bosque quemado. Nos contó un bombero a medio viaje que se hace sin ningún tipo de escrúpulo, está penado, pero lo hacen sin pudor ni consciencia. La basura se acumula tomando el asfalto, siendo esta una práctica muy habitual de los albaneses.

También es muy curiosa la forma que tienen de rezar a sus muertos, según recorres el asfalto, a ambos lados de la calzada, se ven diminutos templos religiosos. Son templos reales con su planta de cruz griega, sus arcos de medio punto, sus rosetones… pero a un tamaño minúsculo. Unos más adornados, otros de metal, algunos de obra… El motivo lo estuvimos buscando durante todo el viaje, la teoría más plausible es que los construyen justo en el lugar donde murió la persona en el accidente de tráfico de turno, igual que en las carreteras españolas cuando se ven flores en alguna curva, por cierto, casi siempre secas. La otra teoría es que las familias hacen desde sus casas el viacrucis por todos sus muertos hasta el templo, la distancia y el tipo de templo, con más o menos ribetes, depende del dinero que tenga la propia familia. Cuanto mejor se encuentren económicamente más cerca y más “curioso” será el templo al que rezar.

Decidimos llegar hasta el lago Ohrid y pasar la noche en la ciudad del mismo nombre. Antes de cruzar la frontera vimos por lo menos treinta lavaderos de coches. Ya en Tirana nos había sorprendido, pero esta ristra de lavaderos antes de la frontera fue un descubrimiento. Las mangueras con agua a presión hacían del paisaje montañoso una fotografía única. Los arcos de agua hasta tres metros de altura sorprendían en cada curva atrayendo al cliente con ese derroche pavoroso de litros y más litros cada segundo. Nosotros no paramos, pero si estaban ahí era porque el negocio funcionaba, siempre se veía algún coche estacionado. Demasiada obsesión por la limpieza de un objeto, aunque es verdad que por 2 euros te limpiaban el coche enterito.

Ohrid es una ciudad a las orillas de un lago que parece en mar por su extensión. Este cráter entre montañas hace de frontera entre Albania y Macedonia. Ohrid está clasificada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Sus calles empedradas te dirigen hasta el comercio y la tranquilidad que se respira, abruma tanto que al día y medio nos largamos hasta otro monumento natural muy aconsejable, las Meteoras.

Pasamos Macedonia y entramos al norte de Grecia. Subimos y bajamos colinas, no es interesante, no atrae el paisaje, vulgar, normal, hablas y de la nada aparecen unas rocas naturalmente “empitonás”. En su copa, punta o prepucio, monasterios construidos al borde del precipicio. Nos pareció una imagen de convivencia tremenda entre lo natural y lo humano. Y si lo que querían los monjes, con esa construcción, era estar más cerca de sus dioses lo consiguieron sin duda. Kalambaka y Kastraki son los pequeños pueblos que terminan de vestir esas moles de roca. Al igual que los monjes sí que llegaron, los ingenieros de esos pueblos no alcanzaron el conjunto perfecto entre lo bello de lo natural y lo bello de lo humano.

Desde allí entramos por el sur de Albania hasta llegar a Gjirokastra, un pueblo camuflado en la tierra. Tiene una parte moderna y un casco antiguo, colina arriba, con un castillo que lo ve todo, allí cada cuatro años se celebra un festival folk que trae grupos albaneses y bálticos. La zona es árida y todas sus casas están hechas de piedra gris para metamorfosearse con el paisaje. Es un pueblo especial, de pocas visitas pero con mucha personalidad.

Nuestro propósito estaba conseguido viajábamos si un rumbo estable y habíamos visto pocos turistas. Agarramos el coche, después de haber pasado una noche allí, en una habitación hecha para príncipes, con techos de madera y ventanales para ver las estrellas. La carretera hacia el norte se hizo eterna, cientos de agujeros cargaban nuestros traseros y lo que normalmente sería una hora hasta Berati lo hicimos en cuatro. En ese viaje nos cruzamos con una casa barco, con carros repletos de paja, con ríos enormes… Los comercios y todo lo que se pudiera vender se encontraba en la linde de la carretera, pescado, frutas y verduras con una pinta fantástica.

Después de muchos, pero que muchos baches llegamos a Berati. La ciudad se encuentra en un valle cerrado con el vórtice mojado por el rio Osumi. Sus casas de color blanco trepan colina arriba hasta la ciudadela. Esta, se salvó de varios embistes y de luchas por su situación, siempre respetada por su valor artístico falta ahora un poquito de inversión.

Gracias a Viriato conocimos a una niña musulmana que hablaba perfectamente español sin haber estudiado, sencillamente porque le gustaban las telenovelas y de tanto verlas lo aprendió. No solo nos pasó esa vez, varias veces en nuestro viaje, sobre todo las mujeres, hablaban un español que sorprendía.

Las dos semanas que pasamos por Albania sabemos que fueron brillantes, un país muy poco concurrido, barato y que en pocos años será un destino obligado para mayoristas y turistas. Nos divertimos viendo el pasado en nuestro presente, contemplamos la vida e intentamos por todos nuestros medios adaptarnos a sus costumbres, charlamos con los que pudimos y vimos de primera mano cómo es un país justo antes de que entre de lleno el Capitalismo.

24 oct 2012

La punta de todas las puntas."La Calabria"







Viaje apasionante de una familia joven por la punta de la bota italiana. La Calabria es un entretenido relato que emociona, crítica e informa sobre una región de Italia desfavorecida claramente, dando un punto de vista extraño y grotesco, para poder así, dejar ver destellos del otro mundo.


La punta de todas las puntas."La Calabria"
Sabiendo que estaban con un niño, un bebé, a veces de trece meses otras veces de quince, pero siempre un bebé. En un país que no conoce sus palabras. Se escondió el sol, no quedaba nada abierto. La noche era oscura, cerrada. El viento sacudía la chapa de su coche manido, las ventanas estaban subidas, los pestillos bajados. Los limpia cristales a tope, las ráfagas de viento arrastraban cubos de agua. El bebé no hablaba, la mamá tampoco, el papa sólo intentaba quitarse de la cabeza el quedarse sin combustible. La aguja había cruzado la franja roja.
Al principio las curvas y los desniveles no le preocupaban, pero ahora, sin el oro del siglo XX, se quedarían tirados entre un bosque de castaños. La carretera se hacía cada vez más estrecha y las ramas tronchaban con el viento cayendo en el asfalto.

La madre agarra el hombro del padre, le aprieta con fuerza. Nos quedamos aquí. –Le susurra.
Ellos buscaban un lugar para dormir pero las entradas en las ciudades y pueblos eran extrañas, no se veía un alma, el casco antiguo o ciudad vieja era un destartalado y deshabitado espacio sin nombre y sin vida. Edificios agujereados y apuntalados señalaban un abandono abrumador. Las pocas farolas encendidas deprimían aún más ese lugar con una luz lúgubre sobre las fachadas austeras. Las idas y venidas por las calles dejaban que la inercia de su mirada entrara por las callejuelas que subían y bajaban para intentar ver algo más, una esperanza en vano de descubrir un lugar para pasar la noche.


Esto es Cosenza, una de las ciudades más importantes de la Calabria. –Le decía el padre a la madre.


El gobierno italiano lo tiene en el olvido, pero no es de ahora, este destrono lleva tiempo anclado. En cualquier momento se caerá y sus habitantes ni siquiera serán recordados.

Después de hacer cuarenta kilómetros en busca de un hotel se durmieron con la esperanza de que esa situación trágica no se volviera a repetir. Habían estado a punto de ser olvidados en aquella colina desoladora, con un bebé que pediría comida y descanso hasta su último aliento. Sin un alma a su alrededor que les pudiera ayudar, con frío y sobre todo con un miedo insensato a perder la inocencia de su bebé.


Los días posteriores fueron más precavidos. Se prometieron no dejar nunca más al azar el destino de sus cuerpos y menos exponer, de esa forma inconsciente, el descanso de su bebé.
Desde el comienzo del viaje habían visitado una ciudad con pasado vulcanizado. Los gases del volcán cubrieron con descaro toda una nombrada ciudad romana. A Pompeya la pasaron por encima literalmente, cubriéndola con un manto de calor y cenizas. Gracias al perfecto estado de conservación, fueron capaces de pasear de nuevo por sus calles y avenidas, de entrar en sus casas, de colarse en sus comercios, de observar sus espacios de ocio y sobre todo de entender que a pesar de haber pasado más dos mil años, esta civilización en algunos aspectos era igual que la suya. Hacían las cosas como ellos, trabajaban de la misma manera, con los mismos instrumentos.


Estuvieron a escasos centímetros de los cuerpos carbonizados. Se conservan en buen estado. La madre estuvo varios minutos mirando los cuerpos desesperados, los cuerpos del horror por la inminente muerte, las bocas abiertas de los hombres, el instinto de protección de las madres cubriendo vanamente a sus hijos. Los diez minutos que pasó en silencio, mirándoles, la evocaron profundos sentimientos de tristeza, de dolor, pero también de coraje y de amor. Ese tiempo se hizo eterno, la manchó la mente, el pensamiento la consumió absorbiendo su ser hasta dejarla insensible al exterior, a lo real, hasta que el padre la despertó.
Les sorprendió un turista con una i-tabla haciendo videos dentro de los hogares. Es prácticamente lo único en lo que hemos evolucionado. -Pensaban.
Los ríos de gente guiados por banderolas trastornaban su imaginación, quitando así el privilegio de recrear la vida en esa ciudad.



Comieron su primera pizza “caprichosa” y su primer plato de pasta al “fruti di mare”. Como no, una diferencia abrumadora, en sentido positivo, a las que sirven por mucho más dinero en su país natal. Hablaron del recorrido que harían, mientras en el asfalto estallaban miles de gotas de agua.


Hacia el sur. - dijo la mamá. Sin saber que los dioses confabulaban una gran tormenta, con viento huracanado y sin miramientos hacia los humanos. Pasaron Salerno anocheciendo y se desviaron de la “autoestrada” hacia la costa tirrénica. Praia di Mare era el primer pueblo y no pudieron continuar por la carga abusiva de los dioses. Rayos tronadores y sobre todo viento hicieron cortes en la carretera, era peligroso avanzar y no arriesgaron.


Buscaron hotel, un hotel solitario, entre calles sin son, con ellos como únicos inquilinos. Buena gente, habitación amplia, no muy limpia pero barata. Hablaron con la pareja de dueños, entre cincuenta y sesenta años. Afán claro de hablarles sobre política, con una idea preocupada sobre su bienestar. Causada, principalmente, por su deprimente y exasperante presidente. Los dos eran bajitos, sus dientes ennegrecidos hacían que no pudieran observar otra característica de su cuerpo.
Esa oscuridad dentro de su boca llevó a la madre a sentirse atraída, siguió mentalmente un trago de su saliva, haciendo caso omiso al mensaje del hospedero. Ese pensamiento la tuvo abstraída de la conversación hasta que el bebé comenzó a llorar agarrándose a su piernas.

Subieron a la habitación y la madre le relató al padre lo que había visto dentro del cuerpo del hospedero. La saliva pasó por los conductos pertinentes y llegando al estómago caía en desorden resbalando por las paredes. La sensación de ser ella misma una mini cámara la perturbaba, estaba dentro del hombrecito y era por algún motivo en concreto. Siguió acompasada de la saliva y llegando al líquido corrosivo dentro del estómago distinguió una gran mancha negra, en su centro, un pequeño agujero. La saliva fue hacia allí pero sonó un llanto y la imagen desapareció, estaba de nuevo con su bebé.




El marido se quedó de piedra al escucharlo, su cara desvelaba incredulidad, era tarde y la tormenta le había cansado. Hizo un ademán de abrazarla pero al final la dio un beso, acostaron al bebé y se echaron a dormir.
A la mañana siguiente bajaron a tomar un expresso y la hospedera les contó que habían pasado una noche horrible. El hospedero había sufrido un colapso vascular y estaba en el hospital, aún no sabían si saldría adelante. Les cobró los 65 euros y marcharon con muchas ganas de hablar de lo acontecido. En el coche la madre volvió a repetir al padre con más detalles lo que había sentido dentro del hospedero. Discutieron sobre los sueños reales y las paranoias, dando más veracidad al pensamiento de que la casualidad les acompañaba. Zanjaron el tema calculando la ruta de la jornada.

El tiempo seguía muy inestable en la Calabria, por eso sin pensarlo dos veces atravesaron la curva de la bota. Cambiaron de rumbo. Seccionaron la provincia de Basilicata por la mitad y aparecieron al sur de Puglia. Taranto fue la ciudad escogida para comer. Pararon en un restaurante pegado al mar, el exterior desmerecía al interior, bien cuidado y con gusto marinero en la decoración.

Estaba casi completo y con una sonrisa les ofrecieron una mesa con vistas al ropero. Les pareció genial el lugar y comieron los tres a lo grande.
Al terminar, el “metre”, un hombre bastante mayor les preguntó su origen, interesándose también por la edad del bebé. Estaba blanquecino, con la piel cuarteada, había sido marinero y ahora ayudaba a su hijo en el restaurante. La madre seguía con atención las explicaciones del viejo hasta que un flash la introdujo en una partícula de aire, que flotando fue acercándose a la nariz del viejo. La fuerza de inspiración la atrajo y a una velocidad extrema la introdujo en la traquea hasta llegar al pulmón. El “metre”, con una simple tos, la rechazó. La partícula y la madre salieron despedidas, pero la última alcanzó a ver un montón de sangre dentro del bronquio.

La madre volvió en si cuando el viejo convulsionaba en el suelo, no supo que hacer y cerro los ojos abrazando a su bebé. No estaba segura de contárselo al padre. Tiritaba de miedo, era la segunda vez. Veía, unos minutos antes de que pasara, la muerte de las personas. ¿Era ella la que causaba la muerte? o ¿sucedería de todas formas? ¿Estaba su familia segura con élla presente? ¿Debería desaparecer? ¿Consultar, quizás, con algún especialista? ¿Habría más casos como el suyo?
Antes de decir nada al padre, se la ocurrió llamar a España. Sería lo mejor. Preguntar a un antiguo compañero de facultad. –Pensó. Esperaba que Jorge pudiera resolver su duda, o al menos facilitar una respuesta realista. Una respuesta concreta. ¿Estaba loca?
Telefoneó a Jorge desde el hotel de Lecce, la ciudad del talón de Italia. Una bonita, apacible y sana ciudad con una rara coordinación de calles. Se les hizo complicado saber dónde estaba el centro histórico, éste mucho mejor conservado que los demás núcleos calabreses. Parece que la región de Puglia gasta más dinero, o al menos su gestión de los recursos está más optimizada.
La madre cenó intranquila por la respuesta de Jorge, el padre no veía el malestar de la madre, estaba centrado en el viaje y solo hablaba de los platos que iban a ingerir. “Nduja di Spilinga”, como antipasti, “Lagane e Ceci” de primero y solomillo con cebolla roja de segundo. Cuando terminaron de cenar, de vuelta al hotel la madre le contó todo.

Comenzó con lo que había sentido al adentrarse en el cuerpo de aquel viejo. El padre escuchaba sin gestos, sin concretar una respuesta antes de que la madre terminara con la explicación. Después le habló de su llamada a Jorge.
El psicólogo, como todos los psicólogos, no le dio una respuesta concreta, la escuchó detenidamente y la contestó con preguntas sobre su pasado. No concretó nada, pero la dejó claro que no estaba loca, que debía ser una situación temporal por algún motivo dentro del propio viaje. La preguntó todo lo que había hecho, los lugares visitados y sobre todo la insistió en el momento en el que había estado en contacto con los cuerpos sin vida de Pompeya. Jorge creía que ahí radicaba toda su preocupación. La mente humana tiene una capacidad de poder ilimitada, puede que esa experiencia con los muertos momificados le haya servido para crear un arma de defensa contra la muerte, que precisamente avisa del motivo de la misma unos pocos minutos antes de que ocurra. Es algo anormal, irreal, pero de lo que estaba seguro Jorge es que se debía a un momento del viaje y que cuando terminara, al volver a España, la anomalía se quedaría en allí, en esa región de Italia.

El padre escuchó hasta que la madre terminó toda la explicación y le motivó tanto, lo creyó tanto y le alivió tanto que la solución fuera tan sencilla como volver a casa, que su postura fue de excitación por el descubrimiento. Tenían un arma que quería reutilizar pero esta vez para ayudar, para avisar con el suficiente tiempo al futuro muerto. Estaba claro que la madre tendría la última palabra porque después de los dos trances anteriores ¿quién querría volver a pasarlo?

Ella estaba de vacaciones, quería disfrutar del viaje con su bebé. Quería recorrer el litoral calabrés, ver la ciudad de Tropea, comerse un tartufo en Pizzo, hacer el amor en alguna playa salvaje. No estaba dispuesta a seguir adentrándose en ese estado transcendente. ¿Hasta dónde podía llegar?

El tiempo mejoró y se reengancharon a la ruta inicial, descendían hacia la punta de la bota. Los dos, padre y madre, sabían lo que podía llegar a pasar. El padre se ofrecía continuamente a mejorar, o al menos cambiar el pensamiento de la madre.

El bebé era, sin quererlo, un testigo mudo, pedía solución a las necesidades básicas. El bebé, que ya de por si, creaba un vínculo entre el padre y la madre, se convirtió en la única figura del tándem que hacía descansar la mente de la madre.
Llegaron a Tropea, sin más incidencias que algún corte de carretera y con un potente sabor de boca, habían probado el “tartuffo”. La explosión de sabor en cuanto lengueas ese inimitable postre de Pizzo hace trabajar los sentidos. El chocolate frío se deshace malévolamente cubriendo toda la boca y donándote un sabor y un placer inigualable. Ellos acariciaron el sabor repetidas veces, hasta que el padre observó que una de sus piernas crecía sin parar. Un alimento le estaba poniendo bruto.

Mientras, la madre leía un folleto que habían recogido en la visita a una capilla del mismo Pizzo. En ese tríptico escrito en italiano se describía la historia de la capilla de Piedigrotta.
Leia la madre según su traducción. -Es la máxima expresión de arte popular calabrés. Fue un naufragio el que tuvo la culpa de su situación. Los marineros, que por fin encontraron su salvación llegando a esa costa, excavaron a golpe de pico la capilla, para dar así, las gracias a Jesús por no abandonarles. Después dos artistas de la región siguieron esculpiendo, recreando escenas santas del cristianismo…

El padre interrumpió la lectura de la madre agarrando su mano y dándola un beso tierno, de la misma intensidad experimentada al probar el “tartuffo”. Ella le miró y le convocó al coche para continuar su descenso por la costa.


Seguramente pararon, cuando el bebé dormía, en algún lugar entre Pizzo y Tropea, para descargar la presión incontrolable del viaje. Ya habían probado el “tartuffo” y sus consecuencias cuando llegaron al pueblo abismal de Tropea.
Es abismal porque está en un acantilado, un precipicio a la playa, una playa con mar y olas, unas olas que rompen en la arena fina y blanca, blanca como las rocas que sujetan las casas colgantes, colgantes como las cabezas que se ven mirar por las ventanas de casas, hoteles y restaurantes. Bares y terrazas irrumpen en las aceras empedradas pisadas por miles de turistas en agosto. Siglos antes, ya sin piedras, se desgastaban las suelas griegos y romanos. Hércules estuvo aquí con sus Argonautas. Escipión el Africano la dio el nombre, fue su trofeo por ganar la gran batalla contra Cartago.




Ahora el padre, la madre y el bebé irrumpen en élla, en Tropea, a cada paso la historia les arropa, la historia, también culinaria, se adentra en su cuerpo y su mirada cambia con el sabor de los alimentos. Están encantados, abrumados por los sabores y colores. La madre no ve más muerte, el padre mira la vida, la suya y de su bebé. Juntos, los tres, se asoman desde el abismo al mar, al mediterráneo de paz. Pasan varios días, se bañan, juegan, ríen, hablan, pero sobre todo piensan en ellos, nadan con la tranquilidad de no hundirse. Estaría el padre para salvar a la madre, y la madre para ayudar al padre, y los dos para poner más fácil la vida de su bebé.

El futuro les dio la razón y la madre se quedó sin el don. El que escribe la miró, mejor les miró, a los tres, cuando aterrizaron en España. Pregunté lo que habían visto, lo que habían visitado, los placeres que sintieron. La contestación fue positiva, se miraron, sonrieron con complicidad y sólo así recibí la respuesta.

FIN




12 abr 2012

Una hermosa tarde.


Una hermosa tarde haciendo recados, moviendo los músculos y ejercitando el cerebro. De lugar a sitio escucho entrevistas, la de hoy ha sido a Diego Cortés. Es increíble lo plomiza que cae su voz. Habla muy claramente, con una decisión inusual en un ser humano que no prepara el discurso, oírle rechina su virtud.

Sí, es la radio la que acompaña mi tránsito, RNE es una gran amiga, igual a la que llevo de copiloto. Esta segunda es especial, nunca nos separamos. La conozco antes de tiempo, fue una herencia obligada que manejo desde hace dos años. Es caótica, intransigente, obscena, fría y dictatorial, así me pareció cuando la conocí. Los primeros días dejé que actuara, mas adelante hice lo posible para comprender el porqué había sido yo el elegido, qué tenía mi persona de emocionante o de curiosa para tener el privilegio de acariciar esa verdad tan desconocida.

Continuamente rebosa mi sangre, la siento ardiendo dentro de mis arterias, las acciones de mi trabajo se hacen espesas, padezco un continuo letargo convulsionado con hilos de luz, una luz brillante, que no deja ver.

Al lado siempre acompaña mi gran amiga, esta vez sentada, subiendo y bajando la ventanilla de la Berlingo. La verdad es que hablamos poco, normalmente hace ruidos onomatopéyicos para referirse a una situación o a una persona. Estoy acostumbrado a comunicarme así, estos dos años en su compañía me he sentido bien. He podido, por fin, dejar de fumar, de beber y sobre todo de machacar a mi pareja. Estaba tan estresado en el trabajo, me metían tanta presión, que llegar a casa era mi huevo con patatas fritas; mojaba hasta que explotaba la yema empapando las patatas, dejándolas blandas, llorosas y cautivas de mi malestar. Ahora floto en mi trabajo, lo hago sin presión, es como si no tuviera nada que perder, ni nada que ganar, es liso, plano, llano y si no fuera por mi amiga, monótono y sin sentido.

Esa tarde tan hermosa mi amiga coló un CD de Zoé olvidado en la guantera. Dejamos nuestros asuntos propios para ocuparnos de las melodías sinceras de este fantástico grupo mexicano. Yo susurraba los temas y mi amiga movía su cuerpo astillado con fantasía. Dejó apoyado su instrumento mortecino para mezclarse entre mis palabras, que no son mías. Pienso que esta hermosa tarde hace dos años que la conozco, que como a toda persona me parece que fue ayer cuando la vi por primera vez entrando descaradamente en mí Berlingo sin previo aviso, con una sonrisa sarcástica, sin invitarla pero sin poder evitarla. Fue una obligación impuesta por nadie, sin nadie a quién alzar las quejas. Su fuerte olor me lo tuve que tragar y lo sigo masticando hasta esta hermosa tarde que me encuentro con vosotros. Y me explicáis, como si yo fuera un niño, que estos dos años no existen o por lo menos no en un tiempo real. Que esta hermosa tarde es la misma que la de ayer y que será la de mañana. Que a vosotros también os pasa, que también tenéis una amiga que os acompaña siempre, que es una muy buena amiga y que lo mejor es aceptarla, hablar con originalidad de ella. Me decís que yo no estoy, que no existo, que dejé todo esa tarde tan hermosa cuando mi Berlingo volcó y que me de cuenta de que todo se acabó, que me vaya feliz y sin sombras.

2 ene 2012

Mada... for ever...


Madagascar, para siempre


“Cuando el negro es un hombre es buen momento para el cazador… el blanco se pone nervioso y comienza a llenar el cargador…”
Yo corría persiguiendo al negro, suena mal pero así era. Recordé el tema mítico de Barricada.

Escuchando gritos de dolor angustioso llegamos a una reunión de casuchas de paja. Paramos enfrente de una de ellas, estaba construida sobre palos. Todas eran así, palos en vertical encallados en el suelo y maderas sujetas con cuerdas encima de los palos de la base. Fuerzan así un espacio entre la arena y el suelo de la cabaña precisamente para que cuando lleguen las lluvias la base de la cabaña no se moje. Los techos estaban hechos con ramas de palmera seca.

En la entrada de la casa se concentraba el grupo vecinal, se apartaron dejando un pasillo hasta el hueco donde debería estar la puerta. En el momento de entrar en la cabaña los gritos pasaron a un segundo plano. Tres mujeres acompañaban a la niña, tumbada en una cama. Fui directo hacia ellas y abrí mi mochila, aunque de poco podía servirme. La cabeza del bebé se veía, esforzándose en salir, quería ver el mundo que había estado escuchando desde hacía ya nueve meses, mucho más tiempo del que yo llevaba en esta isla africana. Pedí ayuda para que tranquilizaran a la niña, la tensión no la dejaba dilatar lo suficiente para que el bebé saliera.

El calor abrumaba y los tres minutos que duró el parto parecieron infinitos. Cuando tuve al bebé en mis manos corté el cordón con una navaja de Albacete e hice el nudo correspondiente mientras una de las mujeres, la mayor, trajo un recipiente con agua para lavar al bebé. Era una niña y sus llantos apagaron los de la madre que se quedó mirándola con amor extremo.

Todo había salido bien, yo temía por la higiene y posibles infecciones, el lugar no era ni mucho menos el adecuado para dar a luz. Arropamos al bebé con unas telas y se lo pusimos a la madre entre los brazos, comenzó a sollozar, me miró y sus ojos negros me dieron las gracias. La mayor de las mujeres me acariciaba los brazos y decía palabras en su idioma, después encendió algo parecido a un candil pero que echaba más humo. La mujer hizo bailar a sus manos y lo esparció por la cabeza de la madre y del bebé.

Cuando me dispuse a marchar, me fijé en los elementos que se sucedían en aquella casa, ¿cuántas personas vivían allí? Al menos conté ocho esterillas, había una cama de madera diferente a la que yacía la niña con el bebé. Las paredes estaban hechas con planchas de madera, debajo de la cama guardaban bolsas de deporte y el suelo ondulado y blando estaba cubierto por un tejido de paja anudado fuertemente hasta juntarse con las paredes.

En esa misma estancia estaba la cocina, era un simple hueco haciendo esquina con un montón ascuas y varios utensilios de metal y de plástico; cacerolas, botellas con líquidos impensables, vasos regastados, pedruscos ennegrecidos usados para proteger del fuego las paredes y el suelo.

Me di la vuelta para despedirme de las mujeres y observé a su lado una mesa, también de madera, cubierta de una fina tela morada y gris usada como mantel. Encima una maceta con flores de plástico, botellas de cerveza vacías, cuadernos, revistas y una radio en el centro. Salí pisando el suelo de arena de playa. Todo este pueblo tenía aquel suelo, estaba en la costa este de Madagascar en Manakara y el mismo negro al que perseguí me dio las gracias indicando que me acompañaría de nuevo a mi bungaló.

Dicen los expertos que esta zona de Madagascar es la que concentra mayor número de microbios y amebas del mundo. El mosquito infectado te pica en la planta del pie y libera sus huevas que van procreándose entre sí hasta que la infección es incontrolable, llegando a amputarte el pie como única solución.

Mientras caminamos me dijo que el dueño de los bungalós fue quien le advirtió sobre mí, no había médicos en veinte kilómetros a la redonda y era la única opción que le quedaba. Él era el padre del bebé y me invitó a cenar con ellos para agradecérmelo. Le dije que no, que tenía que volver a Fianarantsoa mi tiempo allí había terminado. Paseé por la playa hasta que el sol se marchó, el fuerte oleaje del Océano Índico no invitaba a bañarse además decían que esta zona estaba plagada de tiburones y que las corrientes son fortísimas. Al día siguiente haría autostop para llegar al P. Nacional de Ranomafana, cerca de Fianarantsoa.

El tiempo que pasé esperando algún alma caritativa que me transportara lo usé para ir escribiendo lo pasado durante las dos semanas alojado en esta isla. Las letras se plagaron de incertidumbre por la niña a la que había ayudado a nacer, era preciosa y su futuro no se pretendía alentador, sí, tenía familia, pero el padre tendría al menos treinta años más que la madre. Además, estaba seguro de que la mirada de la madre no fue solo de agradecimiento, quería decirme algo, o al menos eso me pareció.

Llegué Antananarivo en avión desde Paris. Tana, como la llaman los malgaches, es fea, caótica, desorganizada y abrumadora. Pero sus habitantes saben, sin enterarse, dar un sentido y una ilusión a ese mundo de caos. Continuamente venden y compran, es un mercado gigantesco. En todas las calles hay comerciantes y los trapicheos son continuos.

Me sorprendió que las casas en los suburbios estuvieran terminadas, revocadas y pintadas, eso sí, las aceras se componen de tierra y basura. Casi todos van descalzos, sus pies tiene una suela natural más gorda que la de las zapatillas J´jhaiver.

Tana es la única ciudad del país en la que puedes hacer algo de turismo cultural. Visité, acompañado por la tozudez de un guía local, el Palacio de la Reina y el museo de historia. Él fue quien me dirigió y me contó el movimiento de reyes y emperadores con poder. Es interesante saber que los malgaches practican la circuncisión, por eso en la puerta principal del palacio hay un monumento al falo o pene. A los niños les cortan el cachito de carne para convertirse en hombres. Después del corte, el abuelo debe comerse esa piel del niño cruda, si no lo hiciera el niño no formaría parte de la familia.

Después de varios días allí mi viaje continuó hacia la costa oeste, quería ver con mis propios ojos la avenida de Baobabs. Me instalé en un pequeño hotel del pueblo de Morondava, pasé la noche y a la mañana siguiente alquilé una moto para llegar hasta la famosa avenida. Me perdí un par de veces, la primera llegué a un poblado, su escuela escupía niños que al verme salieron en mi dirección y rápidamente me encontré rodeado de cuarenta o cincuenta niños que parados a tres centímetros de mí quedaron callados esperando que dijera algo. Mi pobre francés y mi sonrisa les recompensó porque todos comenzaron a gritar y a reírse. La profesora salió a mi encuentro y me invitó a pasar a la escuela. Después de la visita comprendí el porqué me había invitado a pasar. En el mismo aula se concentraban todos los alumnos y en cada pared había una pizarra. Todos los alumnos estudiaban juntos y lo único que dividía la clase era la orientación de los pupitres hacia una u otra pared. La profesora me enseñó para apenarme a una alumna con los brazos amputados, a otro tuerto y a otra sin dedos en una mano, lo hacía para que ayudara de alguna forma a la escuela, y así lo hice les di algo de dinero y me aseguró que lo administraría de forma equitativa. Me marché con un raro sabor de boca, pensando en las mil necesidades y en la suerte que no ven nuestros niños occidentales.

Click to enlarge Baobab.jpg
De pronto aparecieron ante mis ojos esos árboles extraños. Cuenta la leyenda que fue el primer árbol creado por Dios, se supo tan superior que se llenó de orgullo. Dios al enterarse, le castigó agarrándole del tronco y dándole la vuelta, por eso da la sensación de que su copa son las raíces. A mi entender Dios no los castigó lo suficiente porque se hacen contigo en cuanto los ves.

La única opción que me quedaba para salir de este pueblo era coger un taxibrousse (Vanette) de veintiuna horas que me llevaría de vuelta a Fianarantsoa, la segunda ciudad más habitada de Madagascar. No había vuelos de vuelta hasta pasada una semana.

Se dice pronto, casi un día metido en ese habitáculo, demasiado para una fisonomía occidental acostumbrada a dejar las posaderas a buen recaudo, respetando siempre el espacio vital. Las piernas se juntan durante tanto tiempo que tu piel suda y la suya, el sudor filtra en la ropa y se mezclan las dos culturas ¿qué se dirán? Al final se hacen amigos, los sudores, y tu cuerpo quiere saber más. Durante la noche dormimos, la chica de mi vera con la que compartía el sudor, se recostó en mi hombro. Solo éramos cuatro hombres en el taxibrousse y catorce mujeres, una de ellas con bebé, otra con su nieta, la nieta de unos cinco años sin rechistar en todo el camino y eso que solo paramos dos veces para orinar. Tanto tiempo sentado, los músculos del culo y los glúteos se apartan para dejar pasar al hueso, es una molestia desoladora. El sol apuntaba a desaparecer y el paisaje oscurecía la tierra seca y baldía. Atravesamos puentes, pueblos como Moramby y un desierto de arena rojiza repleto de montículos que sorpren-dían en las laderas. Cientos de ellos, como granos en la cara de un quinceañero, pensé en hormigueros pero más adelante me dijeron que los construían las termitas.

Dejé de escribir para centrarme en parar un coche. Un todoterreno blanco conducido por un malgache y sentado de copiloto un francés que trabajaba allí desde hacía seis meses. El francés era el encargado de la construcción de varias carreteras. Su empresa era una petrolera. Primero construían la carretera para poder transportar la gasolina y después de hecha tendrán la privilegiada concesión.

Llegué a Fianarantsoa en domingo, había estado un día y medio pateando entre árboles nunca vistos con troncos de un grosor descomunal. El P. Nacional de Ranomafana me dejó un aliviado sabor de boca, el guía que contraté y su ayudante el “busca lemur” me hicieron descubrir estos raros animales.

Día de descanso para recuperar fuerzas en Finarantsoa, poca gente en la calle, me relajé en un hotelito familiar sin dejar de recordar la cara de la niña al apoyar a su bebé en el regazo. El instante me pareció envidioso hacia mí, quiero decir, que parecía que me tenía envidia por mi condición de extranjero quizá. Pero después, ese mismo instante, en su remate final pareció tierno y bondadoso. No paraba de pensar en qué quiso decir. Entré en el lugar de apuestas, ruleta manual y peleas de gallos. Después a la iglesia (concurso de canción incluido) y para terminar vi un partido de fútbol y otro de voleibol. Madagascar me estaba gustando, la encontraba muy interesante, había un sentido en todos sus movimientos humanos. La alegría, aunque pobre, ocupaba el corazón de la mayoría de individuos. Estaba dispuesto a dejar algún tiempo más de mi vida en aquel terreno, creía que podía ayudar y que ellos me ayudarían también a mi. Salí del medio-estadio de fútbol y compré otra bolsa de cacahuetes, comiendo y trajinando con esa idea caminé en dirección a mi hotel. La vi, al otro lado de la calle, eran ella y ella, una encima de la otra, dormida, recostada en su espalda huesuda. La palma de la mano pedía monedas, los labios cuarteados y secos se abrían y cerraban con palabras silenciosas para mí, también para el resto que hacía caso omiso. Solté el cono de cacahuetes desparramándose por el suelo, me centré en ella y fui hacia ellas. Me miró sorprendida y con un movimiento certero su mano derecha se zafó de la tela que sujetaba al bebé, lo posó en el suelo y con otra mirada que no se me olvidará en la vida se escapó corriendo calle abajo.
Grité, hice la intentona de seguirla pero no pude dejar al bebé tirado, le cogí entre mis brazos y su sonrisa me conquistó para siempre.







10 nov 2011

Noruega

Hace pocos días regresé de una tierra apasionante, volví a los orígenes del planeta, al momento en que la naturaleza destronaba a cualquier dios y los hombres éramos insignificantes y minúsculos transeúntes. Una misteriosa tierra llena de lágrimas heladas, de colas de caballo y de saltos de agua. Un lugar para desmejorar el resto, para cerciorarse de que seguimos manejados al antojo de La Madre Naturaleza.

El ambiente es salvaje, el aire oxigena y tu mirada queda limpia. No puedes ir rápido, el sosiego prima ante todo y la paz ahoga a la maldad sin miramientos. Estamos en una sociedad con pasados vikingos. Con astutos, fieros y hechiceros. Con mitos paganos de trolls y elfos, con unos reyes sangrientos y despiadados, con aventureros enamorados y esclavos desafortunados.

Un viaje de semana fue suficiente para comprobar que todo lo descrito en párrafos anteriores aún se siente y se palpa. Recorrer sus carreteras eternas es lo mas interesante, ver como cambia el paisaje kilómetro a kilómetro, como caen manantiales de agua de los riscos de las montañas. El agua se compenetra a la perfección con la tierra, está por todos lodos, los ríos mantienen un caudal explosivo, con una fuerza extrema.

Siendo un país con unos recursos naturales muy rentables viven muy pocos privilegiados, los que viven tienen mucho dinero, nadie se muere de hambre y hasta los jubilados tienen un servicio especial de trabajo durante la temporada alta (de Mayo a Septiembre). Es un país con pleno empleo, en el que si eres de allí puedes solicitar al Estado un terreno dónde a ti más te guste y plantar una casa, eso sí el terreno siempre pertenecerá al Estado. Un país dónde el sueldo medio es de 3500 euros al mes, aunque también es verdad que una cerveza en cualquier bar te cuesta 8 euros, o sea que poca gente verás bebiendo en un bar o pub. Las ciudades son prescindibles si no tienes mucho tiempo, pero no puedes dejar de visitar el fiordo de los sueños por mar o por tierra, el Preikestolen (el púlpito), conducir por la carretera de la montaña Sofnefjell, visitar el antiguo pueblo minero de Roros y con suerte entrar en la vieja mina, probar la carne de reno, averiguar el porque tienen césped los tejados y sobre todo nunca dejes de disfrutar con la omnipresente Madre Naturaleza. ¡Aleluya!

18 oct 2010

China love

Intro

No es nada fácil para un occidental adentrarse de sopetón a una cultura tan cerrada como la China. Para saltar esa muralla, primero debemos documentarnos, saber sobre ellos y ellas. No vale con comprar el billete de avión y aterrizar allí, tampoco es suficiente ir a comprar cervezas a los chinos del barrio y menos cenar en un restaurante chino pensando que esa es la comida tradicional.
Somos muchos los que creíamos que la salsa agridulce se usa en China para derramarla encima de los rollitos de primavera, como hacemos aquí, y después de veintimuchos días no vi ese líquido por ninguna parte. También, somos unos cuantos los desafortunados que antes de partir pensamos – Para qué voy a comprar papelillos de liar si con todo el arroz que hay allí seguro que tienen – Pues no, ni hablar de papelillos.

Pues eso decía, que para viajar debemos documentarnos, no digo que nos empollemos los cuatro libros de Confucio, pero por lo menos saber que la leyenda urbana de que si todos los chinos se pusieran de acuerdo para saltar a la vez, la tierra temblaría, es falsa.
Lo que abajo dejo son experiencias en primera persona de los lugares por dónde pasé.


Beijing

Septiembre interesante o gran septiembre. Viajé a China por aclamo popular de mis neuronas, ellas me aconsejaron que dejara por un tiempo la monotonía de mi vida, todos los días empezaban igual y terminaban de la misma manera.
Aterricé en Beijing después de catorce horas entre nubes, hacía frío. Mi mochila era pequeña, muy poca ropa. El taxi me llevó directo al albergue, en ese viaje de una media hora intenté no hacer comparación alguna con la educación de los taxistas aquí y en España, pero me fue difícil. Pensé que él era solo uno de los millones de personas que viven en la ciudad y así fue. En el albergue era todo amabilidad y cordialidad, las recepcionistas me recibieron como a un héroe europeo y directamente me ofrecieron desayunar.

La ciudad de Beijing es inmensa, mucho tráfico. Me adentré en sus grandes avenidas perfectamente mezcladas con estrechas callejuelas, las primeras adornadas con luces de neón y las segundas con farolillos. Los puestos de comida abarrotan los laterales, probé con poco ánimo el pincho de caballito de mar y me atreví a clavar mis molares en el pincho de escorpión, más crujiente que una corteza.
Me fue complicado orientarme dentro del Mercado de la Seda, ahora no es un mercado callejero es un edificio enorme de siete plantas diferenciadas por temas: ropa, joyas, informática, relojes, nieve, zapatos y bolsos. Hacen imitaciones perfectas de todo, pero aconsejo que no compréis nada electrónico porque el ochenta por ciento de las veces no sirve para nada. Su forma de vender es gritando, agarrándote del brazo, te sacan calculadoras con dígitos gigantes y dan manotazos para atraerte, muy agresivos. Terminas comprando aunque por mucho menos de lo que piden.

Coincidí con una chica que sufrió a lo bestia rodeada de vendedoras, aturdida intentó salir del atolladero sacando el dinero que la pedían por una cazadora de cuero. Se lo puso en la mano, le dieron la chupa y desaparecieron. Se quedó exhausta, sin atreverse a dar otro paso, miraba hacia el suelo de mármol brillante y después a la cazadora. Fui a su encuentro y la objeté que se pusiera la cazadora. Ella me hizo caso mirándome fijamente a los ojos. La quedaba perfecta, era para ella y nadie más. - Le dije:_ Has hecho muy bien. Me volvió a mirar sonriendo y se fue.

Era importante desaparecer de ese mercado de locos para acercarme a la Ciudad Prohibida, es un punto indispensable si visitas Beijin. Se accede desde la plaza de Tiannamen, posiblemente la plaza pública más grande del mundo, y en la entrada se puede ver el póster gigante de un tal Mao. La verdad, es imposible imaginarse la vida allí, disfrutaban pocos y trabajaban muchos. Me quedó claro que los emperadores tenían derecho a todo y sus órdenes se seguían con obediencia absoluta, aunque a menudo, las emperatrices gobernaban en la sombra. Siempre había disputas entre ellas y las concubinas; peleas, chivatazos, envidias era su día a día. Las concubinas entre 14 y 16 años eran elegidas en una especie de reclamo estatal. Se presentaban en la corte y eran elegidas por guapas. Algunas marcaron la historia de China ya que sus hijos llegaron a gobernar con pleno derecho.
Destaco los colores de la madera y sobre todo los tejados encorvados hacia arriba, de perfecta simetría. El suelo empedrado recorre pasillos y patios dónde se concentraba la corte para escuchar las palabras sabias del emperador. Casi todos los palacios representan algún estado: longevidad, riqueza, intelecto, sabiduría... Todo tiene un uso y las zonas se encuentran perfectamente delimitadas. Podían llegar a pasar años desde que un simple comerciante de fruta volvía a ver a un militar dentro de la Ciudad.

Salí de la fantasía después de varias horas y acepté la oferta de un hombre para visitar los Hutong (barrios muy pobres de casas bajas para 30 familias de media y un aseo para compartir)
Cuando subí a la especie de Ricksaw cantonés giré la cabeza a la derecha y volví a ver a la mujer de la chaqueta de cuero. El hombre comenzó a dar pedales hacia ella y pasé rozando su cuerpo, dudando en saltar y abordarla o dejarlo pasar. Mi mente creó su imagen volviéndose hacia mí, pero continué sin mirar atrás.

Treinta minutos bastaron para ver que no es oro todo lo que reluce, incluso con motivo de los JJ.OO del 2008 se construyeron muros para separar los Hutong del resto de la ciudad, eso, en el mejor de los casos, porque muchos otros fueron destruidos para dejar paso a la ciudad moderna.

Hablando de maravillas mundiales, la Gran Muralla, es sin duda una de ellas, el trazado sube y baja atravesando una cordillera. Es difícil andar sobre los 6 metros de ancho de la muralla por su inclinación, algunos tramos superan el veinte por ciento y subir es cansado pero bajar es peligroso. Imaginando el construirlo te chorrean los sobacos y la cabeza. Muy duro además de lo difícil y sangriento. Murieron cientos de personas construyéndola y aún sus huesos forman parte del semblante de la muralla.
Me quedé tiritando cuando volví a verla y sin contemplaciones fui en su busca. Viajaba sola, se llama Teresa, la dirección en su viaje era el oeste. No pude sacarla nada más, se marchó corriendo. La seguí hasta la puerta de entrada, subió en un autobús y desapareció.


Pingyao y Xi´an

Me obsesioné con la imagen de aquella mujer, su piel tersa y limpia hacía amedrentarme, sus ojos verdosos y hondos escondían mis palabras. La forma de caminar dejaba obsoleta mi idea de viaje, mis fotos dejaron de captar las imágenes que enfocaban, la veía en ellas. Me concentré en la salida del tren hacia Pingyao, pequeña ciudad amurallada y antigua sede central de la banca china. Los torreones de de entrada son de arquitectura tradicional con tejados puntiagudos. La ciudad antigua esta dentro de la muralla. Las viviendas, casi todas con patio interior, son preciosas y memorables.
El suelo de la ciudad es todo de piedra, baldosines negros que agotan los pies. Los días pasaron tranquilos, sin sobresaltos más allá de los normales por el tipo de cultura. Me sorprendió ver a los niños con pantalones abiertos por el trasero para hacer más fácil la deposición en cualquier rincón. También compré naranjas aunque su color fuera verde. Disfruté comiéndome una naranja verde subido en la muralla, palpando el contraste. De un lado el relax dentro de la ciudad amurallada, y del otro, el ajetreo incansable de vendedores y transportistas en la ciudad nueva.

Mi itinerario continuaba al día siguiente hacia la ciudad de Xi´an, estaba disfrutando. Las conversaciones se limitaban a preguntar sobre comida, lugares turísticos y precios. El inglés de los chinos era muy limitado y no sabían nada de español. El viaje en tren hasta Xi´an estuvo amenizado por la conversación que mantuve con un joven chino, se llamaba Jacky King. Me hablo sobre política, salarios, vivienda y sanidad pública mientras comíamos un tarro de noodles. (Compras el bote de noodles y cuando pasa el operario del agua caliente le pides un poco y esperas a que la pasta se cocine, echándole después el sobre con el sabor elegido)

Me extrañó que Jacky no se inmutara cuando le conté mi historia con la chica de la chaqueta de cuero, toda esa serie de coincidencias con ella no le causaron ninguna impresión, sólo me dijo que no era la primera vez que alguien le hablaba sobre élla. Él hace ese trayecto en tren a menudo e intenta hablar con extranjeros y así practicar el idioma. Algunos le hablan sobre esa mujer, con la misma descripción física y los mismos encontronazos, siempre con personas que viajan solas. Jacky cree que la mafia china atrae así al turista, para secuestrarle mas adelante, pero eso es lo que él se imagina porque no tiene ninguna prueba.
Me dejó nervioso y no pude pegar ojo en toda la noche, además las literas eran muy duras y los ronquidos se multiplicaban.

Llegué a la ciudad con un mal sabor de boca, me fui directo en busca de un albergue pero mi percepción de las cosas había cambiado, la gran metrópoli estaba sucia, el caos circulatorio de la plaza principal, dónde se eleva la Torre de la Campana, me desconcertó.
El contraste de esta plaza con los mazacotes comerciales, cada cual mas grande, y la nebulosa del ambiente hacían de Xi´an una ciudad malhumorada, sin ningún gusto y repugnante.

Cené ligero recordando las palabras de Jacky. Pescado, gambas sin pelar y arroz con verduras. Ensimismado viendo pasar a todo tipo de gente a través del cristal me quedé en blanco y sin reacción, la ví de nuevo sentada en la parada de autobús al otro lado de la calle. Después de varios minutos observándola, pagué la cuenta y me decidí a recorrer los treinta metros que nos separaban. Me planté en línea recta y estuve seguro de que me había visto, pero un autobús se interpuso entre su mirada y la mía. Agarró el autobús y al sentarse pegada a la ventana me amenazó con el dedo. Era extremadamente atractiva, llevaba el pelo recogido, fervientemente negro y largo, era alta si la comparamos con la media de las mujeres de aquí.
Desde el otro lado de la acera paré a un taxi y con gesticulaciones casi ofensivas se enteró que quería seguir al autobús. En cada parada me cercioraba de que no saliera, la noche se echaba encima y sin darnos cuenta habíamos salido de la ciudad. El bus paró por enésima vez y salió Teresa, ordené a mi taxista que parará, sin dejar de mirarla. Llevábamos cuarenta kilómetros de persecución sosegada y todavía no me había fijado en él, le pagué los ochenta yuanes contrayendo mis facciones al verle las manos tan sucias, con las uñas largas y rebosantes de algo verdoso y marrón. Si hubiera podido entenderme, le hubiera aconsejado que usara parte del dinero en hacerse una limpieza corporal. Yo tampoco soy de cremitas y peeling pero por lo menos un corte de uñas necesitaba.

Teresa y yo frente a frente, la única luz de una farola alumbraba la entrada de lo que parecía un museo. Me miró y corrió a la puerta de entrada, con un salto ágil se agarró al punto mas alto y me insinuó que la siguiera. Salté detrás de ella y la perseguí corriendo entre árboles altísimos, el camino era de piedras y las indicaciones que me daba tiempo a leer estaban escritas en inglés, me llevaba a la entrada de algún lugar turístico. Terminó la hilera de árboles y una gran explanada con casetas y tornos indicaban el final del recorrido, después tres naves enormes tapaban el horizonte. Teresa me esperaba en la puerta de la nave central con una linterna, llegué a ella y me susurró:_ Silencio, te voy a enseñar la octava maravilla del mundo. Me cogió de la mano y caminando despacio entramos.

La época de los grandes emperadores de China estaba marcada casi siempre por guerras, las disputas por el territorio y por el poder hacían a los emperadores protegerse, y para ello formaban a grandes guerreros sin escatimar en armas. En el punto dónde nos encontramos se han encontrado mas de cinco mil estatuas talladas a mano, ninguna tiene la misma cara y todas están alineadas como en el campo de batalla, las figuras son los soldados del emperador que aún hoy, después de dos mil años y ya muerto le siguen protegiendo en la otra vida. Si tocas cualquier lanza, cuchillo o flecha de las que llevan talladas los soldados, es muy probable que mueras en menos de una hora, porque el veneno todavía está activo.

Toda la historia me la iba contando Teresa mientras caminábamos despacio entre las estatuas, a mi me parecían gigantes muy cabreados por interrumpir su descanso nocturno pero a ella no le parecía nada del otro mundo. En las demás naves vimos figuras de cuadrigas y caballeros montados en su caballo. Esto era un verdadero ejército que si resucitaran hoy para volver a matar, muchos países que se creen poderosos sucumbirían con facilidad.

La noche se cerró y la única luz que teníamos parpadeaba con ganas de descansar. Salimos del museo y nos tiramos al césped ya cerca de la entrada principal. Era el momento de hablar con ella, de preguntarle mil cosas, pero cuando abrí la boca me sorteó un beso profundo, seguido de lo que se puede llamar magreo y finiquitando con la conjunción de nuestros cuerpos. Fue tan intenso que nos quedamos dormidos uno frente al otro.
Me desperté con muchas cámaras de fotos en la cara, las risas por mis pintas se escucharon y uno de seguridad me acompañó a la salida.

Volví al albergue cabreado y me planteé olvidarme de lo ocurrido, no quería volver a verla. Así que compré un billete de avión hacia el sur. Guilin era mi destino, quería degustar manjares como el sapo frito, la rata del bambú, serpiente cocida y frita y demás rarezas que seguro me harían olvidar a esa mujer.
También el paisaje, más verde y con menos polución fueron la causa de que el tiempo que estaba despierto no lo pasara intentando encontrar una explicación coherente a lo que me pasó, al porque desapareció.


Guilin y Yangshuo

Desde el albergue fui directo a la cueva de la Flauta, en el bus nº3 por tres yuanes. Las bóvedas son altísimas, sus estalactitas y estalagmitas se unen creando formas imaginarias de setas, ciudades, montañas, insectos, leones, verduras, flores, pájaros y medusas. La cueva está casi seca, los grupos de turistas quitan el encanto y la iluminación que intenta dar color a las piedras la estropean.

Anduve por la ciudad, por sus calles peatonales, hacía calor. Llegué a un parque dividido por dos lagos; el Rhon y el Shan. Romántico atardecer. La luz anaranjada del sol traspasaba las dos Pagodas y se posaba en el agua hasta llegar a mis pies.

A la mañana siguiente contraté una ruta en barco para llegar hasta un pueblecito entre montañas extravagantes. Cuatro horas y media de descenso acompañado de placer por los paisajes imperdibles. Cientos de picos a diferentes alturas recorren las orillas del río creando formas magníficas, ninguno es igual y ninguno sobra. Se encuentran en perfecta conexión, todo un horizonte de curvas. Esas curvas me recordaban a Teresa.
Si diéramos la vuelta a la superficie parecerían las huellas marcadas por los dedos de un gigante, aplastando e intentando cambiar el curso del río Lí.

Llegué a este tranquilo pueblo, tocado de alguna forma por la madre naturaleza, cené con el chismeo del agua y me fui a la cama. Desayuné y alquilé una moto eléctrica para recorrer los caminos que rodean las montañas picudas. Sin darme cuenta había pasado un día contento, me sentí en libertad conmigo y encontré un poco de normalidad dentro mi espíritu. Aparqué la scooter a mitad de camino para adentrarme en la Cueva del Agua. Me arrastré detrás del guía por agujeros de muy pocos centímetros, sofocándome y averiguando lo que significa claustrofobia. Galerías con tímidas cascadas y saltos de piedras continuaron hasta llegar al final de la cueva, allí me esperaba una piscina natural de barro, embadurnado de ese líquido viscoso salí a la superficie y arrancando la moto continué hasta el pueblo.
Al día siguiente, desayuné, recogí mi bolsa y marché en bus hasta Guilin, desde allí volé hasta mi final, Shanghai.


Shanghai

Llegué a un bosque de edificios, al consumismo y capitalismo en estado puro, a una fantasía eléctrica desbordante, a la antítesis de la antigua China, a Shanghai.
Todo me desbordaba, me desorientaba, me absorbía y enloquecía el primer sentido, la vista. La captó y ya no pude dominarla. Esta ciudad es una gigantesca máquina tragaperras.

Andando por el Bund (Waitan), recordé a la mujer de mi viaje, todos los encontronazos con ella. ¿Fueron casualidad o estaban planeados? Seguí caminando despacio, mirando hacia la otra orilla del río. Los rascacielos forman parte imprescindible de este paisaje urbano, sobre todo la Torre Perla de Oriente, de cuatrocientos veinte metros de altura. Es una torre de telecomunicaciones y es posible su visita.
El tiempo de mi viaje se estrechaba, sólo disponía de un día más y no quería desaprovechar nada de él.
Monté en el metro, pero después de varios intentos por acercarme al comboi desistí, las aglomeraciones y caos te hacen enfurecer. Empujan y pegan para entrar. Si yo hubiera medido diez centímetros más habrían sentido la furia gallega de mi sangre, pero el caso es que lo intenté de todas formas y no pude. Di media vuelta y volví a salir del metro en la calle Nanjing Donglu, muy comercial y abarrotada de gente.
Paseé por la plaza del oro, atravesé el puente Zig-Zag, me adentré en los bazares de telas y ropa y paré para comer en un puesto callejero, pinchos de pollo y carne, tortas rellenas de vegetales, noodles y fruta. Quise descansar con la visita al parque Yuyuan y lo hice, es precioso, muchos recovecos y agua en abundancia, fue fundado por la familia Pan, ricos funcionarios Ming, lo tardaron en construir 18 años. Dentro no crees estar en esta bulliciosa ciudad.
Me senté y saqué la cámara de fotos, pasé de una en una desde el comienzo del viaje, recordando con la ayuda de la imágenes. Había visitados lugares increíbles pero en mi cabeza seguía ese sentimiento hacia Teresa, me hubiera gustado haber compartido más palabras y más tiempo, ahora me tocaba volver a mi país y sobre todo a la monotonía de siempre, había sido estúpido por pensar que mi vida era especial.
Siguiendo con ese pensamiento pesimista escuche detrás de mi una voz de mujer que preguntaba:_ ¿Tienes algo importante que hacer en España?
Fin.

3 nov 2009

Palabras, cuentos y personajes de México

Palabras.

Una ducha para quitarse el calor, un día de playa en el trópico, un paraje inquietante, una temperatura asfixiante, un pedo al ras del ventilador, un país de infarto por descubrir, una carretera para avanzar con un fin. El tiempo parado hoy, un pasado de amistad con un hombre audaz, familiar, noble, honesto y leal. El pueblo coloreado nos hizo pensar, atar y estrechar al amigo nuevo, desde lo más alto, con el Pipila al costado y el viento azotando las palabras de los borrachos.

Un hijo posible o imposible, una pelea de gallos españoles y mexicanos. Cambio de rumbo, de orientación. Dejamos la 200, la carretera de la costa para coger camino al interior. Kilómetros y horas de líneas perfectas con un mar verde. Aquí la modelo y la pacífico no se calientan con el ambiente. El W.C al lado de la barra, salpican las gotas. El tequila calienta la garganta. Miles de tacos se adentran en nuestros estómagos; asada, pastor, adobada, buenísimo.

El tiempo no da tregua al viaje. La gasolina barata da fuerza al motor del Chevy para atravesar el altiplano mexicano. Morelia, Guanajuato, Paztcuaro, volcanes, picos, bosques, campos…

Un mural en la pared del hotel me recuerda un ciudad tranquila, hecha para que el corazón se abarrote de colores, para que tu enamorada te de un beso gracioso en un callejón con pasado. Allí, en esa ciudad con sangrienta historia unos mariachis cantan temas escuchados, la bandera de la nación sobrevuela y esparce sus cenizas con un único pecado y un único dón.
Indígenas con pies descalzos y criollos encapuchados con artificios del liberalismo, cubatas, relojes-pizzas, móviles y maquillaje se mezclan en las plazas, calles y andadores, compasivos unos y campesinos otros.

Los mineros vivían aquí, dejo de utilizarse el carbón y sus túneles aún se mantienen. Me imagino un aguacero rápido, miles de litros de agua semi compacta estrellándose en el cristal del coche, pisamos freno girando a la derecha directos a la cuneta. Mientras, los rallos cruzan la bóveda del cielo y Café Tacuva no deja escuchar el trueno.

Creamos con la ayuda de nuestras extremidades, pero desde algún lugar de nuestro cerebro, ya sea por vivencias, creencias, visiones o alucinaciones, lo desarrollamos, y entre toda la maraña confusa, las ideas salen y deslumbran. Los materiales que propone la tierra son suficientes, aquí he visto madera, hierro, plata, telas, flores, piedra… Solo hace falta que nosotros los tratemos y creemos.

Con la palma abierta hacia la cara y levantando el brazo es como se expresan para dar las gracias o para dejarte paso al cruzar la calle, por supuesto, después de eso, una sonrisa continua y sus ojos brillan a la par con los tuyos. En los pueblos mancomunados regalan la visita al médico, los peinados para la niña y el corte de cabello. Son mancomunidades dedicadas a la agricultura, ganadería y artesanía. El último pueblo del valle acaba en las mas antiguas balsas de agua subterránea, aparece a la orilla del precipicio y desaparece también por el. Lleva tantos años manando junto con el sulfato que han creado una capa y otra hasta convertirse en piedra blanca agrietada. La visión global es una cascada de piedra o el agua congelada en un tiempo milenario.
Me sentí en el pueblo, olor a humo, aire limpio y fresco, la mirada en las montañas que también son mías, el recuerdo perdido de años atrás.

Los días amanecen nublados, el desayuno nos lo tomamos entre la vegetación del patio interior, todas las viviendas lo tienen, son de un solo piso, la luz entra. Se sabe que los españoles vivieron aquí, son construcciones castellanas, manzanas y manzanas perfectamente ordenadas. En algún momento llegas a la plaza de armas con la catedral a un lado, el ayuntamiento a otro y el jardín en el centro. Así son las ciudades y los pueblos. Si te alejas del centro urbano encuentras los libramientos o circunvalaciones y mucho mas caos.

Los días continúan mojados, con un ligero aire fresco, paseamos, visitamos pueblos, cascadas, lagunas y casi Guatemala. Los únicos sabedores del volumen de agua que cae en estas tierras de trigo y maíz son los pies babosos, ellos aguantan como nada los trotes, tropiezos y deslizamientos. Ellos pisaron tierra del mar los primeros días de viaje, apretaron el acelerador para que viéramos las hermosas calas tropicales del Pacífico, decidieron perderse por el casco antiguo de Morelia, antigua Valladolid. Tocaron madera y tierra para la ascensión a las cataratas del Chiflón, aguantaron allí, otra vez, la lluvia para que de nuevo nuestros sentidos percibieran el coraje y la fuerza de la naturaleza.

Lo que tocamos al viajar son opiniones, tradiciones, culturas, son formas de actuar, comportamientos, tratamientos, es biodiversidad, es historia, es humanidad. Al lanzarnos a la aventura existen muchos mas pros que contras, debemos dejar atrás la comodidad de nuestros hogares, los sentimientos de miedo.

Nos bañamos en las profundidades de la tierra, en un agua clara, limpia salida de manantiales. Un agujero que mira al cielo da luz natural a esa formación. Se llama cenote, parece ser que en una época prehistórica cayeron aquí meteoritos rompiendo la superficie de la tierra y descubriendo la belleza del interior de nuestro mundo, esta barbaridad natural es impredecible en sus corrientes internas, cientos de canales hacen que los cenotes estén comunicados entre si. Bañarse da una sensación de bienestar por horas y lo deseas para siempre.

Todo visto, volvemos. Últimos cuatro días relajados en un hotel de infarto en Tulum. Agua de mar, de alberca y de manantial tocaron nuestros pies. No solo ellas nos los tocaron, mosquitos asesinos nos masacraron entrando en las ciénagas. El agua del manantial del inframundo es fresca, cristalina y pura, la sensación de bienestar y de calma es inigualable. Es el inframundo porque es el paso o la puerta a la que los Mayas se referían para entrar en la tierra madre. Si te pones las gafas de buceo y fumas un poco de hierba igual te lo crees.



Personajes.


Profesor de Mérida, de nombre Francisco. Sentados en la plaza de armas nos pidió un cigarro hablando en inglés. Le dijimos que éramos españoles y nos dio un abrazo. Es alto de unos cincuenta años, un buen frontal, moreno de piel y rellenito. A él no le pican los mosquitos porque es homosexual.

Nos introduce a la política mexicana, nos habla de sus aventuras en el D.F en pos de la lucha por las pasadas elecciones corruptas e ilegales, dos meses de manifestaciones en la plaza central dieron como resultado el doble recuento de los votos.
“lanzarnos una balsa” – gritaba Francisco.
No dormían ni comían, solo los alimentos que le ofrecía la gente le daba energía para seguir peleándose contra Bush, él quiso que ganara Calderón. México está controlado por los gringos. Estas afirmaciones las explicaba con hechos no solo con palabras.

El tipo no sabía escuchar, solo hablaba él y alguna vez Elena para pedirle explicaciones. Sentado con nosotros pero inquieto hacía oscilar el banco.
“me das otro cigarrito” - pedía Francisco.
Habló de los vientos elíseos, de las playas de arena blanca y del mar verdoso del Yucatán, de los cenotes abiertos en la tierra. También de Cancún y el frente abierto que tiene el gobierno contra los “narcos”.
“si escuchas disparos, mejor agáchate y repta”
De su familia, de el porqué no le queda pensión. Fue una agradable platica, un hombre extraño pero con México en el corazón.


El militar acalorado. Nos paró en la carretera un hombre grande, con cara redonda y chorretones de sudor, la carga de los aparejos y la metralleta casi no le dejaba hablar, el sol abrasador consumía su energía. Abrimos ventana y el chorro de aire frío el abrió la bocaza para pedir explicaciones. La pronunciación fue tan rápida que no le entendimos, casi no despegaba los labios y su voz era muy grabe. Nos dejó ir, pero las risas tontas se engancharon a nuestro estómagos.


Nelson. Trabaja el turno de noche de un hotel pero la charla nos la dio en el desayuno. Es Uruguayo con bastantes años viviendo aquí y comprende perfectamente la situación de desesperación que atraviesa el país, la mala postura que toman los gobiernos de turno hacia los indígenas. Nos explica el proyecto del los estadounidenses con México, lo tienen como otro estado mas, están totalmente controlados y los elegidos por Bush son los que ahora gobiernan el país.
Los negocios solo funcional del modo piramidal y con una característica común: el jefe o licenciado es blanquito-criollo, los que están en medio son criollos-indígenas pero con un buen aspecto físico y los de abajo en el mejor de los casos son indígenas pero de piel tersa y poco oscura. El racismo se extiende descaradamente y no hay forma en este momento de que cambie.


Gringos en Cancún. Este estudio humano de lo descabellado, horroroso y ajeno a la persona pero cercano al animal lo manejamos en la zona hotelera de Cancún. Nosotros experimentamos esa sensación y observamos de primera mano el caos mental que sufre la primera potencia mundial. El “all inclusive” les hace volver a los orígenes del hombre, no digo al homo-sapiens, me refiero al neardental. No tienen ningún tipo de sentimiento de culpa, de vergüenza, de decoro o de educación.
De culpa, por el trato vejatorio que usan con el personal. De vergüenza, por el desposarse enjaulados y a la mirada de extraños riéndose en sus caras, sin valor sentimental. De decoro, por el despelote en una piscina pública, carnes, chichas y pelos púbicos buceando, ni uno de todos ellos fue capaz de salir a mear fuera del agua. Y de educación al balbucear mil y una palabras groseras.

Nos dicen, los que realmente se merecen ganar el dineral que esta mierda de turismo produce que hace 35 años este lugar era inhóspito, todo selva, solo había serpientes y lagartos, y pensándolo bien se ha transformado en un lugar de gusanos, cerdos y muñecas de gominola.

Arjona estaba en lo cierto en su tema “si el norte fuera el sur”, pero se equivoca en algo, el sur ya es el norte, al menos en este punto de miseria del hombre moderno.



Cuentos.


La mujer cucaracha.

Vivía en la orilla del mar, los atardeceres los pasaba mirando el romper verdoso de las olas, su color esperanza. Regentaba un hotel decadente hoy pero vibrante en el pasado. Sentada en la silla de madera aguardaba el paso de algún turista. Sus ojos eran especiales, se ennegrecían, en las bolsas se le acumulaban huevas infectadas provenientes de la arena fina de la playa, el viento al soplar las transportaba a sus ojos y estos las acumulaban, no podía cerrar los párpados y los microbios se le enganchaban, así poco a poco sus bolsas se hacían mas grandes.

Los doctores intentaron convencerla, pero la gorda mujer cucaracha sabía desde muy pequeña como deshacerse de los insectos mas grandes para dejar hueco a los próximos. Su método era apretar en la bolsa con el dedo meñique y despacito el bicho se deslizaba por el globo ocular hasta caer.
Al principio los mataba, después intentó conservarlos metiéndolos en cajas, pero morían. Eran sus únicos compañeros, nadie se acercaba a ella, se sentía sola y averiguó su destino, cuidarlos.

El hotel se llenó de cucarachas y cada vez eran menos los turistas que dormían allí. Al cumplir los cincuenta años una pariente suyo interesada en heredar el hotel a su muerte la invitó a pasar unos días en Chiapa de Corzo, para hacer el recorrido en lancha por el Cañón del Sumidero, solo había salido del pueblo para hacerse pruebas en sus ojos y decidió que iría.

Montaron en la lancha con Pancho, capitán experto, y más turistas. Les mostró en una mañana de niebla baja el ecosistema del Parque Nacional, observó clases de aves nunca vistas, vegetación extraordinaria y lo que mas la impresionó fue el cocodrilo. Al parecer se quedó petrificada, conmovida y apesadumbrada la mismo tiempo, el criar insectos le gustaba pero la idea de tener un cocodrilo para ella, poder ser su madre la corrió por la venas y la llegó al corazón.

No aguantaba a las personas, las odiaba por no comprenderla, ella tenía un don y en el mismo momento que su prima la oprimía con palabras se tiró de la lancha. Pancho frenó, todos miraron al agua pero solo flotaban pedazos de madera podrida, desapareció cerca de la orilla, en una pared de piedra.

La búsqueda del cuerpo, con tan poca visibilidad por la niebla, era difícil. El tiempo mejoró tres días después, y muy temprano al cuarto día los servicios de emergencia siguieron drenando el río. Pancho dirigía la expedición comenzando siempre en el punto dónde la vio desaparecer. Ese día la visibilidad era perfecta y llegando al lugar, anclada en la pared de piedra una majestuosa catarata de cien metros resbalaba hacia la superficie del río. El perfil del musgo creado de la nada formaba un cuerpo gordo y desde debajo de lo que parecían dos ojos el agua manaba, para que antes de encontrar su fin se transformase en millares de mariposas.


La niña de rojo.

Nos perdimos, nos encontramos.
La niña en su bici vieja, a cada media pedalada el otro pie al suelo, el terreno no la deja continuar, está embarrado. Lleva zapatos negros, es delgada y viste un vestido rojo con encajes blancos en las hombreras, pudo ser de su bisabuela. La vemos de espaldas atravesando un maizal listo para su recolección. Sigue intentando avanzar. Los pavos gordos pisotean la tierra alrededor de la casa de madera destartalada. La niña no gira la cabeza al escuchar el motor, el pelo se mece con la brisa. Adiós niña.