14 abr 2008

Galia

Como empezar, lo de siempre, un viaje, una aventura desprovista de insatisfacción, ocho días que ejercitan la mente, nuestro espíritu. Ocho días, seis personas y una Rulot o autocaravana o Barón 7, hacia lo más profundo de La Galia.
El presupuesto no aumentó de lo establecido, 500 euros por barba peluda, sin privarnos de buenas cenas, mariscadas, crepes y gofres.
Mario, Elena, Carlos, Pepi, Vicky y yo. Estos seis adultos con mucha clase fuimos los afortunados en esta tempranera y fría Semana Santa de 2008.
Qué mas da el lugar a donde llegar y qué importa los adulterios políticos de las zonas por las que crucemos, los sin razón se quedan y los ciudadanos del mundo nos largamos para disfrutar del verdadero placer de viajar.

El sábado con mucha parsimonia agarramos la enorme Barón con todos los extras, llenamos de diesel el depósito, de media, 85 euros y de consumo por km. 12,8 litros. Pasamos a 120 Km. por hora Lerma, Burgos, La Rioja, Álava, Guipúzcoa con parada para pintxear en Donosti y por fin paramos en San Juan de Luz en el País Vasco Francés. El aparcamiento perfectamente preparado para autocaravanas, a dormir y descubrir las vicisitudes de la Barón, como encender la calefacción, el gas, la bomba del agua, el transformador, la luz, vaciar las aguas grises, negras, recarga de depósito.
Abrimos cervezas de mala calidad y fumamos algún canuto de buen sabor. Charlamos y descansamos en camas dobles y literas, bastante cómodas.

Por la mañana café en la plaza central acompañados de algunos bailes regionales, descargamos nuestros estómagos por primera vez. Todos hemos sabido durante todo el viaje cuando íbamos a cagar, hemos compartido necesidades intimas e impresiones del paisaje, costumbres, etc.
A las 11:30 de la mañana continuamos la ascensión francesa esta vez por carreteras secundarias, Biarritz, Bayonna y Seignosse, no paramos en ninguno pero comimos entre pinos, hacía aire, pero el sol seguía persiguiéndonos. Montones de troncos de árboles mutilados para comerciar yacían en el suelo, algunas fotos y dentro.

Nuestra furgo estaba dañada, el para golpes trasero se desplomó con el minúsculo golpe de una farola de Donosti. Cayó al suelo y lo arrastramos con un sonido ronco. La fortaleza en la que viajábamos se hizo añicos con un solo golpe, estábamos desprotegidos, era de muy mala calidad. Pensamos en los 600 euros de franquicia ¡¡a la mierda!!, Eso tuvo su punto positivo, la furgo ya te importa un bledo, lo importante era continuar, y lo hicimos gracias a algunas mentes despiertas y las cuerdas de los sacos de dormir, que atadas pudieron sujetar el para golpes.

A partir de este golpe de Pepi, se abrió la veda. A los dos días, Mario, en una de las carreteras secundarias, atravesando un pueblo en obras. Quiso esquivar a un coche mal aparcado, el lateral de La Barón y el coche se restregaron. Los intermitentes del costal saltaron. La señora asustada nos dijo que estaba bien, que nos fuéramos, no importaba, su coche no había sufrido daños y como no la hicimos caso, nos largamos.
La siguiente fue Carlos, mas suave, la furgo es muy alta y él es muy bajito, se confundió de estatura y se unió con las ramas de una hilera de árboles, sin problema.


Dormimos en el puerto de la Rochelle, se notaban más los aires célticos, nos acercábamos a la Bretaña. Celebramos una fiesta irlandesa en Francia, San Patrick y menos mal, por que las calles de los pueblos y las ciudades se desertizan a partir de la 7 de la tarde. Esa noche irlandesa nos bebimos unas copas y algunos charlamos con lugareños después de una divertida velada en el salón o comedor o habitación de la Barón 7.

La N-137 fue nuestra carretera para continuar, acortamos unos kilómetros, paramos en Marans a desayunar, otra vez, y seguimos nuestro camino hacia Vannes descubriendo antes la ciudad de Nantes. Entramos en la fortaleza y rodeamos la leprosa catedral, paseamos y comimos allí, dentro del parking. Pasando Vannes dio comienzo nuestra confusión. Es una ciudad de cuento de hadas, exclusivamente el casco antiguo, las casas tradicionales las forman un entramado de madera, además las pintan de colores fuertes para hacerlas atractivas. No son lineales, sus paredes se tuercen por el peso del tejado y hacen formas oblicuas dando la sensación de caída inminente.

Comienza la confusión, decía, porque al salir de Vannes y dirigirnos hacia Auray y Carnac pasamos un túnel que cambio nuestra posición en el mundo real. Se dio cuenta Mario, que conducía.

“Escuchar, mirar. Nos hemos equivocado o que pasa aquí”

Todos miramos a través de las ventanas y notamos la variación del asfalto a la arena en el nuevo camino. No había señales de circulación, ni casas, ni comercios, ni coches. Se suponía que pronto veríamos el mar y lo hicimos pero un mar embravecido. El clima cambió, hacía frío, el aire chocaba con lo único que parecía de nuestra era, nosotros y la Barón.

“¡Qué coño pasa!” “Da la vuelta”

Pero no se podía, Mario intento manejar el volante pero nada funcionaba correctamente, la furgo estaba poseída por algo que la manejaba a su antojo. Nos asustamos, la verdad es que estábamos acojonados, los móviles no tenían cobertura y no veíamos a nadie. A la hora de camino, paró en un pueblo, debía de ser Auray, era pequeño y con calles empinadas que daban a un río, el puente de madera unía las dos orillas.
Bajamos de la Barón después de un rato de meditación y de miradas acuosas. Era completamente anormal lo que nos estaba pasando. Los habitantes no parecían vernos, les intentamos hablar, pero no había manera. Poco a poco se nos fue quitando el miedo y nuestros pensamientos de intranquilidad se convirtieron en fantásticos. Estábamos paseando con antiguos habitantes de la Galia, veíamos su sistema de evacuación (cubos de agua sucia mezclada con heces por la ventana), las calles embarradas, casas bajas de madera y paja. Callejuelas, algunas sin salida.
Un olor a algo fétido y húmedo mezclado con pescado podrido y madera quemada recorría todas las calles. Elena cogió ramas de romero y nos las pasó para afrontar esa peste. Nos alejamos de allí viendo el descuartizamiento de un jabalí, los chillidos del animal se nos metieron en los sesos y pasmados nos metimos en nuestro hábitat. Entre nosotros casi no hablábamos, nuestra conversación era algo más:

“mira ese lo que hace, está robando la fruta” y esa mujer mira la espalda, la tiene en carne viva”

Al montar la Barón arrancó sola, bordeando la costa llegó a lo que podríamos llamar Carnac. Un pueblo mas pequeño que el anterior pero con un movimiento comercial mucho mayor, vimos niños llenos de mierda, algunos desnudos jugando en la playa.
Sin dejarnos, esta vez apearnos, desde la ventana comenzamos a ver filas de menhires, este conjunto estaba adornado con miles de flores y una columna humana iba tocando uno a uno, suponemos para acompañar en vida a los muertos.

Seguíamos sin creernos lo que nos pasaba. Era una especie de sueño bueno, Carlos estaba asustado, él y Vicky se daban golpes en la cara para intentar despertarse, estaban convencidos de que era un sueño. Elena, Pepi, Mario y yo estábamos encantados, nos habíamos metido en la Galia más hermosa, y eso era un placer para el auténtico viajero, queríamos continuar, ver más y aprender más. Fumamos, fumamos y fumamos mirando por la ventanilla el paisaje verde y la fuerza del agua en los ríos.

Dormidos los seis, despertamos en Concarneau, bajamos entumecidos en el pueblo. El mar cubría las entradas del lugar amurallado, la única entrada desde la tierra estaba custodiada por soldados y un puente levadizo. Pequeñas embarcaciones cargadas de pescado amarraban en el pequeño puerto y una gran cantidad de costaleros las separaban y despedazaban para llevarlas pueblo a dentro.

Debíamos recargar la furgoneta de agua y vaciar los restos de los depósitos, ¿dónde?, parecía complicado. Vimos a unos cientos de metros de la entrada una familia desarrapada viviendo en unas chabolas de paja. Parecían tener en su poder la única fuente de agua del extrarradio. Colocamos la Barón en posición y arremetimos con la manguera el chorro de agua. En ese momento el agua paró de salir y vimos como la madre había tapado con una piedra el agujero de entrada.
Eran gitanos, y no podían vernos pero si parecía sentirnos. Miraba a su alrededor como si un espíritu les estuviera rondando y sin pestañear comenzó a gritar.

“Vosotros que queréis agua de nuestra fuente,
antes tenéis que pagar, dejar monedas en ese árbol,
para poder continuar”

La hicimos caso. Se hacía de noche y sentíamos hambre, después descansamos. La Barón nos esperaba con todo preparado. Dimos una vuelta por el pueblo, parecían prepararse para algún acontecimiento especial, las tabernas y creperías adornaban sus entradas, puede que los nobles de la zona pasaran por allí de vacaciones, disfrutaran de la música folclórica y de paso se aprovecharan de algún o alguna lugareña.
El pueblo dentro del mar era increíble, las luces de las antorchas iluminaban durante la noche las entradas y los puestos de control, debíamos estar acercándonos a una zona problemática, los feudos, los terratenientes y la Iglesia debían tener mucho poder y las rebeliones de campesinos aunque no llegaran a cuajar siempre estaban allí, manteniendo a los soldados en alerta.

Durante la tarde alcanzamos el Pont du Raf, ya en la punta de la Bretaña. Andamos para acercarnos lo máximo posible a los acantilados. El frío y el viento nos frenaban los pasos, el cielo se cubría de nubes veloces, arrastraban un color rojizo de la puesta de sol. Nos quedábamos sin luz, y el camino raso se estrechaba hasta hacernos avanzar en fila de uno. Al fin encontramos la salida y, como no, la Barón nos esperaba con la puerta abierta. Habiendo salido de ese paisaje atronador nos topamos con un pueblucho de casas bajas, Lecrona, descendimos cansados de nuestra dejadez a la hora de decidir. El pueblo parecía abandonado, en su plaza asimétrica sobresalía una iglesia y de ella un campanario señalando al cielo. Vimos varios hombres cargar con cajas de botellas, el líquido era semiblanco y espumoso, nos recordó a la sidra. Cuando se despistaron un segundo, agarramos un trío de ellas y salimos corriendo. Sabíamos que era muy probable que no nos vieran, pero de todas las formas es algo instintivo. Pepi resbaló, pero antes de que cayera, Mario y yo la agarramos de los antebrazos.
Por fin entramos en el hogar, “hogar dulce hogar” decíamos, “¿cuanto tiempo estaremos así, nos marcharemos y recuperaremos nuestra vida?”.

! Ya ¡ .De noche. Sin parar, ¿qué pasaba hoy?, era jueves y tendríamos que estar regresando. La cena de ayer fue estupenda, una mariscada fresca y sabrosa en el puerto del minúsculo Calcale. Las ostras, los mejillones, el mero, las cigalas, las caracolas y la sidra nos compusieron un estómago intranquilo.
Pero hoy, que quería el ser o la cosa que conducía por nosotros, dónde nos llevaba. Los caminos se convirtieron en barrizales y estos en arenisca, estábamos girando hacia el Este, despejando los fantasmas del bosque. De repente, Stop, que hacer. El motor parado, todos en silencio. Un pedo, de quién, a nadie se le ocurrió responsabilizarse. Nos miramos. Dos plantas enormes, solitarias, llenas de pelos en sus hojas, se estaban abrazando, parecían amigas intimas, formidable la naturaleza. Ese abrazo nos obsequió con tranquilidad, lo que pasaba debía ser bueno, seguíamos en pie, pensando. La luna brillaba como nunca habíamos visto, era grande. Nos deseamos suerte antes de acostarnos en pleno pulmón de lo que podríamos llamar el Bosque de Armorique.
Al despertar nos rodeaban muchos tonos de verde, la planta seguía allí, sin moverse, arrimada y cariñosa.

La ducha fue rápida, queríamos salir de allí. El motor arrancó. Parecía no preocuparnos demasiado hacia dónde nos guiara. Pasamos ovejas, vacas, gallinas y burros acampados en sus alfombras verdes. Eso es, vamos a ver más, sin parar de viajar, de aventurarnos y correr hacia el norte. Nuestra idea de viaje de Semana Santa se convertía en un alucinante universo de fantasía. Nos preguntamos porqué, que o quién nos abrumaba con tanta incoherencia. Era algo que debíamos contar, por supuesto, siempre y cuando nos dejaran finalizar en algún momento.
Forcejeando con ideas que nos sobrepasaban en mucho a la imaginación paramos en una llanura, este debía ser nuestro último día en Bretaña, estaba anocheciendo, habíamos visitado St. Malo y estábamos cansados, es un puerto marítimo con murallas troyanas, barcos de corsarios y de piratas permanecían anclados, era una urbe salvaje, sus calles estaban repletas de grupos de hombres apostando en la pelea de turno, daba igual quién se pegara con quien, todo valía, la corrupción se palpaba en el ambiente y tanto que una de las piedras lanzadas estuvo a un milímetro de mi cara . Nos alejamos hacia la llanura y esta nos volvió a acercar al océano Atlántico. Un pequeño camino nos condujo hasta una imagen de ensueño, el arcángel St. Michel coronaba el esplendido y majestoso monasterio agarrado de una roca dentro del mar, la gente se agolpaba e iba a como una tromba de agua hacía la puerta de la roca, algunos semidesnudos, otros cubiertos con lo poco que les quedaba, niños en brazos de sus madres, carros completos de ancianas. Todos querían pedir algo al Santo, que les protegiera del despotismo feudal, de los robos continuos de los bandidos.
El viento crecía y les ponía el peregrinaje más difícil, los desafortunados caían al mar con total sumisión. La Barón pasó la noche protegiéndonos del vendaval, el agua chocaba en la carrocería que se movía como si se fuera a levantar. Por la mañana seguía el peregrinaje y nos unimos, vimos desde el interior lo que desde el exterior parecía sobrenatural. Puede que no sea verdad el dicho: lo importante es el interior. En este caso no.
En un momento de confusión, Carlos rozó con la manga un objeto de cristal, calló al suelo en mil pedazos y el sonido retumbó tanto que las miradas se centraron en los seis, una voz de mujer desde lejos gritó.

“Nos los manda el arcángel Michel para destruir a la guarnición van a ser nuestra salvación.”

La escena fue heroica, todos parecían vernos, pensaban que éramos divinidades y en su cabeza se les abalanzó la esperanza. Nos cogieron en hombros y nos sacaron del monte hacia la llanura. Gritábamos exhaustos que nos dejaran y por fin dejaron que pronunciáramos alguna palabra. No nos entendían y eso les acrecentaba la fe. En un despiste Vicky, que iba la primera, hizo caer al agua a sus porteadores, corrió hacia la Barón e hizo que todo el fanatismo se fijara en ella. Nos soltaron para perseguirla pero se metió en la Barón y esta salió a nuestro encuentro haciendo que todos subiéramos.

La velocidad fue nuestro punto fuerte y les dejamos con facilidad. Cada vez era mas peligroso y pedimos todos juntos poder regresar sanos y salvos. A medio día ya perdido toda esperanza, entramos en un túnel y no quisimos averiguar nada mas.

Al fin.