24 oct 2012

La punta de todas las puntas."La Calabria"







Viaje apasionante de una familia joven por la punta de la bota italiana. La Calabria es un entretenido relato que emociona, crítica e informa sobre una región de Italia desfavorecida claramente, dando un punto de vista extraño y grotesco, para poder así, dejar ver destellos del otro mundo.


La punta de todas las puntas."La Calabria"
Sabiendo que estaban con un niño, un bebé, a veces de trece meses otras veces de quince, pero siempre un bebé. En un país que no conoce sus palabras. Se escondió el sol, no quedaba nada abierto. La noche era oscura, cerrada. El viento sacudía la chapa de su coche manido, las ventanas estaban subidas, los pestillos bajados. Los limpia cristales a tope, las ráfagas de viento arrastraban cubos de agua. El bebé no hablaba, la mamá tampoco, el papa sólo intentaba quitarse de la cabeza el quedarse sin combustible. La aguja había cruzado la franja roja.
Al principio las curvas y los desniveles no le preocupaban, pero ahora, sin el oro del siglo XX, se quedarían tirados entre un bosque de castaños. La carretera se hacía cada vez más estrecha y las ramas tronchaban con el viento cayendo en el asfalto.

La madre agarra el hombro del padre, le aprieta con fuerza. Nos quedamos aquí. –Le susurra.
Ellos buscaban un lugar para dormir pero las entradas en las ciudades y pueblos eran extrañas, no se veía un alma, el casco antiguo o ciudad vieja era un destartalado y deshabitado espacio sin nombre y sin vida. Edificios agujereados y apuntalados señalaban un abandono abrumador. Las pocas farolas encendidas deprimían aún más ese lugar con una luz lúgubre sobre las fachadas austeras. Las idas y venidas por las calles dejaban que la inercia de su mirada entrara por las callejuelas que subían y bajaban para intentar ver algo más, una esperanza en vano de descubrir un lugar para pasar la noche.


Esto es Cosenza, una de las ciudades más importantes de la Calabria. –Le decía el padre a la madre.


El gobierno italiano lo tiene en el olvido, pero no es de ahora, este destrono lleva tiempo anclado. En cualquier momento se caerá y sus habitantes ni siquiera serán recordados.

Después de hacer cuarenta kilómetros en busca de un hotel se durmieron con la esperanza de que esa situación trágica no se volviera a repetir. Habían estado a punto de ser olvidados en aquella colina desoladora, con un bebé que pediría comida y descanso hasta su último aliento. Sin un alma a su alrededor que les pudiera ayudar, con frío y sobre todo con un miedo insensato a perder la inocencia de su bebé.


Los días posteriores fueron más precavidos. Se prometieron no dejar nunca más al azar el destino de sus cuerpos y menos exponer, de esa forma inconsciente, el descanso de su bebé.
Desde el comienzo del viaje habían visitado una ciudad con pasado vulcanizado. Los gases del volcán cubrieron con descaro toda una nombrada ciudad romana. A Pompeya la pasaron por encima literalmente, cubriéndola con un manto de calor y cenizas. Gracias al perfecto estado de conservación, fueron capaces de pasear de nuevo por sus calles y avenidas, de entrar en sus casas, de colarse en sus comercios, de observar sus espacios de ocio y sobre todo de entender que a pesar de haber pasado más dos mil años, esta civilización en algunos aspectos era igual que la suya. Hacían las cosas como ellos, trabajaban de la misma manera, con los mismos instrumentos.


Estuvieron a escasos centímetros de los cuerpos carbonizados. Se conservan en buen estado. La madre estuvo varios minutos mirando los cuerpos desesperados, los cuerpos del horror por la inminente muerte, las bocas abiertas de los hombres, el instinto de protección de las madres cubriendo vanamente a sus hijos. Los diez minutos que pasó en silencio, mirándoles, la evocaron profundos sentimientos de tristeza, de dolor, pero también de coraje y de amor. Ese tiempo se hizo eterno, la manchó la mente, el pensamiento la consumió absorbiendo su ser hasta dejarla insensible al exterior, a lo real, hasta que el padre la despertó.
Les sorprendió un turista con una i-tabla haciendo videos dentro de los hogares. Es prácticamente lo único en lo que hemos evolucionado. -Pensaban.
Los ríos de gente guiados por banderolas trastornaban su imaginación, quitando así el privilegio de recrear la vida en esa ciudad.



Comieron su primera pizza “caprichosa” y su primer plato de pasta al “fruti di mare”. Como no, una diferencia abrumadora, en sentido positivo, a las que sirven por mucho más dinero en su país natal. Hablaron del recorrido que harían, mientras en el asfalto estallaban miles de gotas de agua.


Hacia el sur. - dijo la mamá. Sin saber que los dioses confabulaban una gran tormenta, con viento huracanado y sin miramientos hacia los humanos. Pasaron Salerno anocheciendo y se desviaron de la “autoestrada” hacia la costa tirrénica. Praia di Mare era el primer pueblo y no pudieron continuar por la carga abusiva de los dioses. Rayos tronadores y sobre todo viento hicieron cortes en la carretera, era peligroso avanzar y no arriesgaron.


Buscaron hotel, un hotel solitario, entre calles sin son, con ellos como únicos inquilinos. Buena gente, habitación amplia, no muy limpia pero barata. Hablaron con la pareja de dueños, entre cincuenta y sesenta años. Afán claro de hablarles sobre política, con una idea preocupada sobre su bienestar. Causada, principalmente, por su deprimente y exasperante presidente. Los dos eran bajitos, sus dientes ennegrecidos hacían que no pudieran observar otra característica de su cuerpo.
Esa oscuridad dentro de su boca llevó a la madre a sentirse atraída, siguió mentalmente un trago de su saliva, haciendo caso omiso al mensaje del hospedero. Ese pensamiento la tuvo abstraída de la conversación hasta que el bebé comenzó a llorar agarrándose a su piernas.

Subieron a la habitación y la madre le relató al padre lo que había visto dentro del cuerpo del hospedero. La saliva pasó por los conductos pertinentes y llegando al estómago caía en desorden resbalando por las paredes. La sensación de ser ella misma una mini cámara la perturbaba, estaba dentro del hombrecito y era por algún motivo en concreto. Siguió acompasada de la saliva y llegando al líquido corrosivo dentro del estómago distinguió una gran mancha negra, en su centro, un pequeño agujero. La saliva fue hacia allí pero sonó un llanto y la imagen desapareció, estaba de nuevo con su bebé.




El marido se quedó de piedra al escucharlo, su cara desvelaba incredulidad, era tarde y la tormenta le había cansado. Hizo un ademán de abrazarla pero al final la dio un beso, acostaron al bebé y se echaron a dormir.
A la mañana siguiente bajaron a tomar un expresso y la hospedera les contó que habían pasado una noche horrible. El hospedero había sufrido un colapso vascular y estaba en el hospital, aún no sabían si saldría adelante. Les cobró los 65 euros y marcharon con muchas ganas de hablar de lo acontecido. En el coche la madre volvió a repetir al padre con más detalles lo que había sentido dentro del hospedero. Discutieron sobre los sueños reales y las paranoias, dando más veracidad al pensamiento de que la casualidad les acompañaba. Zanjaron el tema calculando la ruta de la jornada.

El tiempo seguía muy inestable en la Calabria, por eso sin pensarlo dos veces atravesaron la curva de la bota. Cambiaron de rumbo. Seccionaron la provincia de Basilicata por la mitad y aparecieron al sur de Puglia. Taranto fue la ciudad escogida para comer. Pararon en un restaurante pegado al mar, el exterior desmerecía al interior, bien cuidado y con gusto marinero en la decoración.

Estaba casi completo y con una sonrisa les ofrecieron una mesa con vistas al ropero. Les pareció genial el lugar y comieron los tres a lo grande.
Al terminar, el “metre”, un hombre bastante mayor les preguntó su origen, interesándose también por la edad del bebé. Estaba blanquecino, con la piel cuarteada, había sido marinero y ahora ayudaba a su hijo en el restaurante. La madre seguía con atención las explicaciones del viejo hasta que un flash la introdujo en una partícula de aire, que flotando fue acercándose a la nariz del viejo. La fuerza de inspiración la atrajo y a una velocidad extrema la introdujo en la traquea hasta llegar al pulmón. El “metre”, con una simple tos, la rechazó. La partícula y la madre salieron despedidas, pero la última alcanzó a ver un montón de sangre dentro del bronquio.

La madre volvió en si cuando el viejo convulsionaba en el suelo, no supo que hacer y cerro los ojos abrazando a su bebé. No estaba segura de contárselo al padre. Tiritaba de miedo, era la segunda vez. Veía, unos minutos antes de que pasara, la muerte de las personas. ¿Era ella la que causaba la muerte? o ¿sucedería de todas formas? ¿Estaba su familia segura con élla presente? ¿Debería desaparecer? ¿Consultar, quizás, con algún especialista? ¿Habría más casos como el suyo?
Antes de decir nada al padre, se la ocurrió llamar a España. Sería lo mejor. Preguntar a un antiguo compañero de facultad. –Pensó. Esperaba que Jorge pudiera resolver su duda, o al menos facilitar una respuesta realista. Una respuesta concreta. ¿Estaba loca?
Telefoneó a Jorge desde el hotel de Lecce, la ciudad del talón de Italia. Una bonita, apacible y sana ciudad con una rara coordinación de calles. Se les hizo complicado saber dónde estaba el centro histórico, éste mucho mejor conservado que los demás núcleos calabreses. Parece que la región de Puglia gasta más dinero, o al menos su gestión de los recursos está más optimizada.
La madre cenó intranquila por la respuesta de Jorge, el padre no veía el malestar de la madre, estaba centrado en el viaje y solo hablaba de los platos que iban a ingerir. “Nduja di Spilinga”, como antipasti, “Lagane e Ceci” de primero y solomillo con cebolla roja de segundo. Cuando terminaron de cenar, de vuelta al hotel la madre le contó todo.

Comenzó con lo que había sentido al adentrarse en el cuerpo de aquel viejo. El padre escuchaba sin gestos, sin concretar una respuesta antes de que la madre terminara con la explicación. Después le habló de su llamada a Jorge.
El psicólogo, como todos los psicólogos, no le dio una respuesta concreta, la escuchó detenidamente y la contestó con preguntas sobre su pasado. No concretó nada, pero la dejó claro que no estaba loca, que debía ser una situación temporal por algún motivo dentro del propio viaje. La preguntó todo lo que había hecho, los lugares visitados y sobre todo la insistió en el momento en el que había estado en contacto con los cuerpos sin vida de Pompeya. Jorge creía que ahí radicaba toda su preocupación. La mente humana tiene una capacidad de poder ilimitada, puede que esa experiencia con los muertos momificados le haya servido para crear un arma de defensa contra la muerte, que precisamente avisa del motivo de la misma unos pocos minutos antes de que ocurra. Es algo anormal, irreal, pero de lo que estaba seguro Jorge es que se debía a un momento del viaje y que cuando terminara, al volver a España, la anomalía se quedaría en allí, en esa región de Italia.

El padre escuchó hasta que la madre terminó toda la explicación y le motivó tanto, lo creyó tanto y le alivió tanto que la solución fuera tan sencilla como volver a casa, que su postura fue de excitación por el descubrimiento. Tenían un arma que quería reutilizar pero esta vez para ayudar, para avisar con el suficiente tiempo al futuro muerto. Estaba claro que la madre tendría la última palabra porque después de los dos trances anteriores ¿quién querría volver a pasarlo?

Ella estaba de vacaciones, quería disfrutar del viaje con su bebé. Quería recorrer el litoral calabrés, ver la ciudad de Tropea, comerse un tartufo en Pizzo, hacer el amor en alguna playa salvaje. No estaba dispuesta a seguir adentrándose en ese estado transcendente. ¿Hasta dónde podía llegar?

El tiempo mejoró y se reengancharon a la ruta inicial, descendían hacia la punta de la bota. Los dos, padre y madre, sabían lo que podía llegar a pasar. El padre se ofrecía continuamente a mejorar, o al menos cambiar el pensamiento de la madre.

El bebé era, sin quererlo, un testigo mudo, pedía solución a las necesidades básicas. El bebé, que ya de por si, creaba un vínculo entre el padre y la madre, se convirtió en la única figura del tándem que hacía descansar la mente de la madre.
Llegaron a Tropea, sin más incidencias que algún corte de carretera y con un potente sabor de boca, habían probado el “tartuffo”. La explosión de sabor en cuanto lengueas ese inimitable postre de Pizzo hace trabajar los sentidos. El chocolate frío se deshace malévolamente cubriendo toda la boca y donándote un sabor y un placer inigualable. Ellos acariciaron el sabor repetidas veces, hasta que el padre observó que una de sus piernas crecía sin parar. Un alimento le estaba poniendo bruto.

Mientras, la madre leía un folleto que habían recogido en la visita a una capilla del mismo Pizzo. En ese tríptico escrito en italiano se describía la historia de la capilla de Piedigrotta.
Leia la madre según su traducción. -Es la máxima expresión de arte popular calabrés. Fue un naufragio el que tuvo la culpa de su situación. Los marineros, que por fin encontraron su salvación llegando a esa costa, excavaron a golpe de pico la capilla, para dar así, las gracias a Jesús por no abandonarles. Después dos artistas de la región siguieron esculpiendo, recreando escenas santas del cristianismo…

El padre interrumpió la lectura de la madre agarrando su mano y dándola un beso tierno, de la misma intensidad experimentada al probar el “tartuffo”. Ella le miró y le convocó al coche para continuar su descenso por la costa.


Seguramente pararon, cuando el bebé dormía, en algún lugar entre Pizzo y Tropea, para descargar la presión incontrolable del viaje. Ya habían probado el “tartuffo” y sus consecuencias cuando llegaron al pueblo abismal de Tropea.
Es abismal porque está en un acantilado, un precipicio a la playa, una playa con mar y olas, unas olas que rompen en la arena fina y blanca, blanca como las rocas que sujetan las casas colgantes, colgantes como las cabezas que se ven mirar por las ventanas de casas, hoteles y restaurantes. Bares y terrazas irrumpen en las aceras empedradas pisadas por miles de turistas en agosto. Siglos antes, ya sin piedras, se desgastaban las suelas griegos y romanos. Hércules estuvo aquí con sus Argonautas. Escipión el Africano la dio el nombre, fue su trofeo por ganar la gran batalla contra Cartago.




Ahora el padre, la madre y el bebé irrumpen en élla, en Tropea, a cada paso la historia les arropa, la historia, también culinaria, se adentra en su cuerpo y su mirada cambia con el sabor de los alimentos. Están encantados, abrumados por los sabores y colores. La madre no ve más muerte, el padre mira la vida, la suya y de su bebé. Juntos, los tres, se asoman desde el abismo al mar, al mediterráneo de paz. Pasan varios días, se bañan, juegan, ríen, hablan, pero sobre todo piensan en ellos, nadan con la tranquilidad de no hundirse. Estaría el padre para salvar a la madre, y la madre para ayudar al padre, y los dos para poner más fácil la vida de su bebé.

El futuro les dio la razón y la madre se quedó sin el don. El que escribe la miró, mejor les miró, a los tres, cuando aterrizaron en España. Pregunté lo que habían visto, lo que habían visitado, los placeres que sintieron. La contestación fue positiva, se miraron, sonrieron con complicidad y sólo así recibí la respuesta.

FIN