28 ene 2009

Crítica a Lisboa

Lisboa, ¿Dónde está el rock?

Una ciudad cosmopolita dicen, será por su incipiente inmigración, está desarrollando una increíble capacidad para intentar y no conseguir. Los dos inmensos puentes que la unen con la otra orilla abren el horizonte de esperanza. Ellos, los lisboetas, están llenos de amargura, resignación, ellas no existen, estarán al resguardo de sus amados, en casa sin asomarse a ver lo que sus hombres hacen, es un error por que las mujeres son su futuro.

Es grande, no sabes cuando acaba y empieza el pueblo siguiente, está masificada de carreteras, de basura, de obras y escombros. Hizo ser genial, su pasado seguro era más honesto que su presente. Las formas son correctas, educadas al viajero, no te arrepientes de pedir nada, todo está bueno, sabroso, quizá a veces mejor que en tu propia guarida.

No es caro, ni barato. No es oscuro, ni claro. No es fácil, ni difícil. No es caótico, ni ordenado. No es nada, ni tampoco lo es todo. Es una ciudad mas, sin impresión, sin una guía o pauta a seguir, puede que no sea suficientemente objetivo pero lo vi como viajero erguido, atrevido y observador narcotizado.

En Lisboa no existe el rock, fallo garrafal para el disfrute, la música es melosa con ritmo conservador, los movimientos corporales no acontecen, son pasos de milicia comparados con el ánimo, la serenidad, la identidad y la pureza del rock. Buscamos sin parar buena música, y encontramos buenos locales, buenos barrios, buenos bares pero nunca un ritmo de fiesta.

Los detalles hacen que valores lo que resalta ese detalle. El que te sirvan la cerveza en vaso de plástico jode a la cerveza en si, jode el bar donde te la tomas y distorsiona la pobre sonrisa del barman. Las carreteras son buenas pero el que no esté bien señalizadas las estropea por completo. Esos detalles son los que indican el camino a seguir para salvarse de las opiniones de gente mala, como yo, un viajero no arrepentido del viaje por la compañía y por la atracción al conocimiento de cualquier tipo.

El consejo es hacer o crear o importar rock para toda la población.

7 ene 2009

Viaje a Madagascar

Viaje a Madagascar.

La primera página del periódico L´Express de Madagascar, hace referencia a un cantante, Raphael, no creo que sea el que todos conocemos, en la foto parece mas joven. Todos los turistas franceses del avión destino Morondava han elegido este periódico para volar con Air Madagascar.
Es un avión extraño, muy pequeño, con las hélices a la vista, no creo que para ser azafata en esta compañía sea estrictamente necesaria una altura mínima.

Desde aquí arriba el paisaje parece seco, estamos moviéndonos dirección oeste desde Antananarivo, la capital de la república que debe su nombre a los 10.000 guerreros de la Reina. Las diez horas que dura el vuelo desde París se hacen largas y más si pierdes la correspondencia del vuelo en el aeropuerto Charles de Gaulle, dejan poco tiempo para cambiar de avión y te joden un día de tus vacaciones.

Ahora me asomo y veo un río marrón, es ancho, el río separa la arena, parece que el cauce ha disminuido y se ve el fondo de las orillas, las lluvias aún no han llegado.

Son muchos trámites para pasar una simple cinta, no muchos, mucha cola y espera. Primero una cabineta de cristal con tres señores dentro a los que donas 65€ por persona y te ponen en el pasaporte un sello con la fecha. Después, en el mismo hall, mas cabinetas, estas con tres policías haciendo trabajo en cadena, el primero te mira fijamente y abre el pasaporte comparando tu cara con la foto, termina la observación y se lo pasa al siguiente, este diminuto con gorra blanca coge el pasaporte y la hoja de inmigración que rellenas en el avión y sin levantar la cabeza para nada te lo devuelve para que completes las líneas que te faltan, se lo das y el se lo entrega al del sello, el último ya fuera de la cabineta lo firma sin decirte ni “mu” y estás dentro, por fin has pasado la cinta.


Antananarivo

Era de noche, compartimos taxi a 50.000 ariarys con un chico suizo, Davide, de la parte italiana, fuimos al hotel que había reservado, carísimo, 50€ la habitación doble, encima de aspecto viejuno, triste y sucio. Me dio la sensación que el hotel tenía un parecido muy razonable a la ciudad de noche. Durante el día Tana, como la llaman los malgaches, cambia, sigue siendo fea, caótica, desorganizada, abrumadora, etc. Pero los habitantes saben, sin darse cuenta, dar un sentido y una ilusión a ese mundo de caos. Continuamente venden y comprar, es un mercado gigantesco en todas las calles alguien vende, hay trapicheos continuos y a la hora de que un turista se acerque mas.

Desayunamos compartido y comenzamos nuestra ruta por la ciudad, el lago dónde llegan las aguas negras y grises de las casas, después un hospital que a nuestro parecer no estaba nada mal, diría que bastante decente, atravesamos el mercado de las flores y sin querer nos adentramos en los suburbios con la compañía de dos vendedoras de vainilla, nos avisaban de los carteristas, según avanzábamos la gente sin nada que hacer nos seguía, teníamos un “petit comité” a nuestras espaldas y siendo el primer día era demasiado, paramos e un taxi porque la gente prácticamente nos echaban a la carretera.
Me sorprendió que las casas en los suburbios estuvieran terminadas, revocadas y pintadas, eso si las aceras se componen de tierra y basura. Casi todos van descalzos, sus pies tiene una suela natural mas gorda que las de las zapatillas J´jhaiver.
El taxi nos llevó hasta la estación de taxi-brouss, Davide necesitaba el billete para seguir su ruta hacia el sur y le acompañamos. El coche entró y en dos segundos al menos 8 personas revoloteaban a nuestro alrededor, dando golpes en el techo y metiendo sus mano para abrir el taxi, querían que compráramos el billete en su agencia. El chofer se descojonaba, no sabía donde ir, hasta que, creo suponer que uno le dijo te doy el 5% o el 10% y allí fue.

Para comer y cenar nuestra elección fue el cebú bien asado, es un animal muy común en la isla, ha ayudado a los agricultores desde siempre y se come en fiestas e invitaciones, la carne es buena y sabrosa aunque depende dónde lo cocinen. Cenamos en un señor restaurante, con decoración de la Francia romántica, te sentías como los colonos, el negro sirviéndote y tú hablando de negocios fraudulentos para desengranar más aún el país. La realidad fue que nos relamimos hasta que pagamos.

En Tana fuimos a visitar el Palacio de la Reina y el museo de historia, es el único turismo cultural que pudimos hacer en todo nuestro viaje, nos acompañó por su tozudez un guía local, hablaba inglés, italiano, francés y malgache. Él fue quién nos dirigió y nos contó el movimiento de reyes y emperadores con poder. Es interesante saber que los malgaches practican la circunscripción, por eso en la puerta principal del palacio hay un monumento al falo o pene. A los niños les cortan el cachito de carne para convertirse en hombres, para que el niño sea aceptado en la familia, después del corte, el abuelo debe comerse esa piel del niño cruda, si no lo hiciera el niño no pertenecería a la familia.
Otra de las historias del guía fue un fady, palabra o acción prohibida, no se puede señalar las tumbas con el dedo, ellos siempre señalan encogiendo el dedo índice.


Morondava

Es un pueblo, tiene poca cosa, un mercado de textiles y comida, algunos bares, iglesia, mezquita, lo normal en un pueblo, aunque no es tan normal que tenga una playa pasmosa, larga y ancha. El agua del mar esta caliente y las puestas de sol decoloran el paisaje, el agua se enturbia, a las olas las convierte en moradas, la arena mojada caprichosamente por las olas crea el espejismo de un sol blanco, dorado, naranja y perfecto. También en este pueblo es exclusiva la gente, los habitantes son tranquilos y pacíficos, rápido te conoces y los conoces. Los hombres, educados y trabajadores, las mujeres, guapas con sus enormes peces espadas acoplados en la cabeza, es de adular el equilibrio natural de las señoras y niñas. Los niños son mágicos, ojos grandes, sonrisa inocente, muchos te saludan y se te quedan mirando perplejo. Lo mejor fue verles en sus comunidades, dentro de la escuela. Te puedes alejar de las rutas convencionales, alquilas una moto. Nosotros lo hicimos, confundidos de dirección y por dos veces nos topamos con escuelas, la primera paramos la moto para ver dónde estábamos, preguntar y en dos segundos se formó a nuestro alrededor una avalancha de niños, pararon a 50 centímetros y ahí parados esperando a que dijéramos, escuchado, con los ojos como platos. La segunda la maestra nos invitó a pasar a una casucha, a la escuela, vimos pizarras en cada pared, pupitres y algún cuaderno. Compartían clase niños de hasta seis años, todos en 10 metros cuadrados, cada grupo miraba a una de las pizarras.

El alquiler de la moto fueron 40.000 ariarys, medio día, fue lo que decidimos, una de trial de 125 cc, baches, agujeros, arena, más baches, camiones, polvo y coches. Casi nos perdemos el atardecer en la avenida de los baobabs, el camino es arenoso, bunquers de arena deslizan hacia los lados la rueda delantera de la motocicleta, intentas mantener el equilibrio y te sale una carcajada. Lo pasamos muy bien perdiéndonos y mas tarde encontrando los árboles extraños, baobabs. Cuenta la leyenda que fue el primer árbol creado por Dios, se supo tan superior que se llenó de orgullo, Dios al darse cuenta le castigó agarrándole del tronco y dándole la vuelta, por eso ahora parece que su copa son las raíces.

Nos gustaron tanto que al día siguiente volvimos pero sin cometer el error de volver de noche porque los alrededores están llenos de aguas pantanosas y millones de mosquitos e insectos comienzan su vida al anochecer, tu cuerpo forma el parapeto perfecto para desviar su camino. No nos pico ni uno pero los golpes hacían daño, fue una putada complementada con la poca visibilidad, el cansancio, los baches, el polvo y el humo de los camiones.

Pasamos por la oficina de Air Madagascar y los vuelos estaban completos hasta el 18 de octubre, era día 9. Salen muy pocos aviones hacia Tulear, solo martes y jueves, el plan de viaje había cambiado, ni siquiera podíamos volver a Tana, todo completo. Después de preguntar en muchos lugares y a personas decidimos el taxibrousse, era la única forma de no pasar todo nuestro viaje en Morondova. 70.000 ariarys y un día y medio de viaje, sin paradas a dormir ni ostias. Esa tarde la pasamos metiéndonos en la cabeza y preparándonos para la aventura, cenamos muy bien como todas las noches, buen pescado mezclado con estupendo marisco y a la cama. Se dice pronto un día y medio, 34 horas en un minibús es mucho, demasiado para dos fisonomías occidentales acostumbrados a dejar nuestras posaderas a buen recaudo, respetando siempre el espacio vital. Las piernas se juntan durante tanto tiempo que tu piel suda y la suya, el sudor filtra en la ropa y mezcla las dos culturas, ¿Qué se dirán? Al final se hacen amigos, los sudores, y el cuerpo quiere probar más. Durante la noche dormimos, la chica de mi vera con la que compartía el sudor, se recostó en mi hombro.
Solo somos cuatro hombres en el taxibrousse, catorce mujeres con Elena, una de ellas con bebé y la abuela con su nieta, la nieta de unos cinco años sin rechistar en todo el camino y eso que solo paramos dos veces para orinar. Tanto tiempo sentado, los músculos del culo y los glúteos se apartan para dejar pasar al hueso y así durante cuatro horas te torturan, es una molestia desoladora y justo en ese momento perverso pasa el cartel de un pueblo al que no debíamos de ir, cagada, el taxibrousse decidía que para llegar a Tullera, al suroeste debíamos coger la ruta norte que después de 300 km. Bajaría hacia el sur. El camino corto parece ser inaccesible aunque la carretera por la que viajábamos tampoco era una autopista, tiempo de arena, de desvíos por obras, de baches…

El sol apuntaba a desaparecer y el paisaje oscurecía la tierra seca y baldía. Atravesamos puentes, pueblos como Moramby, desiertos de arena rojiza repleto de montículos que sorprendían en las laderas, cientos de ellos como granos en la cara de un quinceañero, pensamos en hormigueros pero mas adelante nos dijeron que los construían las termitas.
Paramos dos veces a comer, en Ankilafato todos los habitantes nos miraban y observaban nuestros movimientos, deben ser muy pocos los viajeros que se atreven a montarse en el taxibrousse, y lo entiendo es una faena, no es consumible para cualquiera. Además la media de años de los turistas que viajan a Madagascar es de 55, sería complicado para ellos aunque a veces nos sorprendían.

Con la ruta cambiada decimos acortar de 36 horas a 21 horas nuestro viaje, en lugar de ir hasta Tullera paramos en la segunda ciudad mas grande del país, Fianarantsoa.


Fianaransoa

Llegada a las cinco de la mañana y en la ciudad sin vida, algunos taxis, cogimos uno en busca de un hotel, hacía mucho frío y lo llevábamos sufriendo y hacía dos horas, intentando dormir, la cabeza daba campanazos, el sueño nos hacía tener pesadillas, pero llegamos.
Al cuarto intento encontramos una casa de huéspedes, los hoteles estaban completos, en el Raza-otel nos dieron la bienvenida en pijama con el primer clareo de la mañana, “Sentaos aquí, ahora os damos la habitación.”. Es una casa familiar con solo cuatro habitaciones, el baño es compartido. Es barato. La casa es de dimensiones grandes con techos altos y decorada minuciosamente, el toque es de estilo francés clásico pero su alma se siente malgache. Hemos averiguado por su lentitud al servir y al responder que no saben prácticamente nada de francés, pero son muy simpáticos.
La habitación no estaba lista debían de abandonarla los turista que estaban durmiendo, a eso de la 7:30 a.m., eran las 6:00 a.m. Los dos sofás del salón-bar-comedor dejaron descansar a nuestros cuerpos. Desayunamos y entramos directos a dormir.
Era domingo día de descanso, poca gente en la calle, nos relajamos, entramos en el lugar de apuestas, ruleta y peleas de gallos, después a la iglesia (concurso de canción incluido) y para terminar a ver los partidos de fútbol y voleibol, ¡vaya! un domingo cualquiera pero en Madagascar.

Si vas a tu aire mucho mejor, los viajes o tours programados fallan siempre pero la experiencia del día anterior con el taxi-brousse nos hizo tomar la decisión de dejarnos guiar. El tal Eric por 100 euros cada uno nos llevaba al P.N de Ranomanafana, incluyendo las comidas, el hotel, el guía, el taxi, el guía y la entrada del Parque, todo menos las bebidas y “una mierda”, el hijo de puta no había reservado hotel, el taxista medía los kilómetros y no hizo uno mas para no gastar gasolina, tuvimos que andar para buscar un hotel en relación con el precio que pagamos, porque nos querían meter en una casa familiar. El taxi en si era como el dueño deshonesto, maloliente y arcaico, no arrancaba, había que empujarle continuamente, el olor a gasolinera se adentraba en tus órganos y ropas, mareaba hasta hacernos vomitar. Nuestro guía que fue quién se comió el marrón intentó dar la cara, primero dándonos la razón, segundo sintiéndose engañado como nosotros y tercero pagándonos la cena a lo grande para compensar un poco la tomadura de pelo. Al final dormimos en tienda de campaña, muy romántico aunque nos dejó helados la cucaracha roja que me encontré en mi pelo por casualidad, que puto susto.
La visita al parque fue provechosa y muy interesante, caminata de seis horas entre vegetación única, insectos, aves y seis tipos de lemures, todo esto con muy buenas explicaciones de Teo un gran guía y su inseparable “buscalemur”, un chico encargado de avistar a los lemures y guiarnos hasta ellos con silbidos.



Historia

Empieza en la estación de tren de Fianaransoa, lo que es la edificación de la estación no tiene ninguna similitud al resto de Madagascar, es mas parecida a las viviendas del interior de Alemania, es antigua y con aires nórdicos.
Su reloj indica las 6:45 de la mañana. Una pareja chico y chica llegan recién levantados. El tren espera en la estación a los últimos pasajeros, se dirige a Manakara al este de la isla. Es un tren arcaico, color verdoso, de hierro forjado. En su interior se mezcla el hierro con la madera, esta tiene tres o cuatro manos de pintura, pero la última la dieron hace tanto tiempo que es posible ver sus capas. Los asientos dobles recostados sobre otros sirven de apoyo a las barras de metal usadas como maleteros.
El tren tarda en salir, el chico y la chica apuran los cigarrillos observando como sale el humo de la locomotora, que será la atrevida en cruzar las montañas y bajar por los valles de Ranomanafana. Cuatro vagones, con su continuo traqueteo ensordecedor, empujados por la valentona máquina serán capaces de recorrer 120 Km.
El billete, comprado de antemano a 25.000 ariarys por persona, te lo piden a la entrada y más adelante el revisor. Los chicos esta vez no dan el cante, todos los viajeros son occidentales, franceses en su mayoría.

El tren silba la salida con 10 minutos de retraso, todos sentados, primero comprobando la estabilidad, luego escudriñando a sus allegados hablando y compartiendo experiencias, mas tarde fijándote en el exterior. Las ventanas algunas bajadas otras subidas dejan ver el ambiente de fiesta que se forma al pasar el tren, desde fuera todos saludan y ríen, parece ser algo especial. Los arrozales desbordan los valles y los mismos cuerpos agachados para recoger el arroz se ponen erguidos deslizando su cuello y levantando la mano al ver pasar el convoy.
Después de una hora y media solo la vía asalvajada del tren sirve de comunicación entre los pueblos del interior.

Los pobladores de la zona se apartan para dejar pasar el tren, los túneles escuchan una vez al día el sonido de los raíles. Al inicio notan frío, los chicos se levantan para tener una perspectiva diferente, se acercan esquivando piernas hasta el final del vagón, en el espacio entre las escaleras de entrada y la puerta que accede al interior del vagón. El viento sopla con fuerza, las oscilaciones hacen que te agarres con fuerza en las paredes laterales. Hacen fotos de las plantaciones de té, del pequeño pueblo de Sahambaby, ayer pasaron por allí, les mostraron los pasos en la elaboración del té, el secado de la hoja, la variación de calidad…

Las paradas se repetían con mas prontitud que la anterior, en cada estación la espera era mas larga, cambios de vagones para aprovisionar al pueblo, la compra y la venta de comidas tradicionales entre los habitantes y los viajeros era constante. Las aldeas están superpobladas, para el tren y un centenar de niños aparecen para pedir cualquier cosa, venden frutas, collares empanadillas de carne y cebolla…

La condición de los niños es buena, no parecen tener hambre ni padecer enfermedades pero están llenos de mierda, sus ropas multi-usadas son harapos sucios y correosos. Las madres acoplan a sus bebes a la espalda y en cuanto lloran le plantan la teta como si fuera el chupete para callarles. Parece que aquí a los niños no les gustan los mocos les resbalan hasta el labio superior y se secan. Saludan mucho, continuamente se ríen posiblemente de los caretos de los guiris deseosos de llegar al destino, y los guiris piensan “ya hemos hecho suficientes fotos a los monitos sucios y hambrientos. Las podemos enseñar en Francia para que nuestros amigos vean dónde hemos estado y poder hablar de lo mal que están por culpa de la expoliación y explotación de los franceses e ingleses. (Anda que fuimos nosotros)”

El tren sigue parando y silbando, el traqueteo y el sofocante calor casi no dejan un respiro para disfrutar. Los dos chicos comparten sus visiones y se precipitan a decirse que la vuelta se hará de otro modo. Un viaje de nueve horas es mas que suficiente, es bueno y memorable. No se han caído del tren pero se demostraron amor mutuo en un momento de incertidumbre para cualquiera. El tren parados, ellos sentados a la sombra, el tren marcha sin avisar, los dos se miran y saltan para llegar corriendo al escalón, el chico y la chica se animan, corren entre raíles, el chico agarra la barra de la entrada y salta para subir, la chica en un sobre esfuerzo le toca la yema de los dedos a el chico y le dice “no puedo”, el tren sigue avanzando, todas las guiri-cabezas salen por las ventanillas dando ánimos, la chica sigue corriendo, el tren se aleja, los dos se miran y el chico salta a las vías para buscarla, abrazándose.


Manakara

Es un pueblo de playa en la desembocadura de un río con el mismo nombre, aquí comienza el largo canal de Pangalanes que remonta muchos kilómetros hacia el norte. El sol calienta una burrada, pero la brisa del mar consigue aguantar la pesadumbre del bochorno. Es un lugar sin tráfico porque no hay coches.
Un hotel milagro y bungalow de ensueño nos convencen para pasar dos noches, además se come bien.
No te puedes bañar en el Océano Índico, hay mucho oleaje, las corrientes son peligrosas y además puedes toparte con algún tiburón hambriento.
Nos alejamos del pueblo andando, nuestra idea es volver haciendo autostop, después de un rato paramos en una sombra, esperamos durante 10 minutos y un 4L nos para, subimos contentos, un malgache conduce y un francés en el asiento de al lado nos comienza a hablar de sus experiencias en la isla. Lleva dos años trabajando aquí, hace los proyectos de las futuras carreteras para las dos petroleras que se reparten el pastel aquí, Shell y Total. También nos da consejos de donde ir, que hacer… Sobre todo nos advierte que la zona dónde nos encontramos es la que tiene mayor concentración de bacterias y amebas del todo el planeta. Nos habla de un insecto que pica en la planta del pie y deja la larva, esta se reproduce después de varios días dentro de la piel y aparece un punto blanco, mas tarde se convierte en negro y comienza el escozor, te arrascas. Lo peor es que a dos centímetros de la piel se reproducen gusanos y ese nido interior se desplaza según te vas arrascando. El remedio en Europa no se conoce, no estamos preparados para esa enfermedad pero allí te hacen un tajo en la planta y con unas pinzas te lo sacan. Es muy habitual padecerlo pero no es tan grabe como otras enfermedades tropicales.

Nos dejan en Irando a 140 Km de nuestro destino y aquí estamos sentados en la sobra de un árbol en la linde de la carretera esperando ansiosamente que pase un coche.

Al fin llegamos a Ambalavao, una furgoneta de franceses cuarentones se apiada de nosotros encontrándonos así esa solidaridad europea que tanto desean nuestros políticos. Con paradas intermitentes para ver las plantas del café atravesamos el paisaje selvático y llegamos a Ranomanafana, comimos en el mismo hotel dónde dormimos y seguimos con el son del día, hacer autostop. Ahora nos subimos a una vannette con demasiada gente, negociamos el precio y los asientos de adelante. Paramos repetidas veces pero llegamos anocheciendo a Fianaransoa, solo nos faltaba otro empujón y cumpliríamos con nuestra proposición. Fue un taxi mal pagado el que nos acerco los 50 Km.


Ambalavao

Es un pueblo pequeño, los miércoles montan un mercado impresionante, pero hoy es domingo y aquí los días del señor no pasa nada. Nos hemos atrevido a pasar unas horas después del aguacero en la reserva Anja, precioso paseo entre lianas y rocas enormes, acompañados de lemures de cola anillada y camaleones. Por la mañana intentamos ir en autostop pero nos fue imposible, llegamos con una pareja de franceses y su 4x4 hasta su hotel en construcción, a cinco Km. del destino pero sus consejos hipócritas nos llevaron a intentar acortar por la sabana. El camino abrasador por la sabana africana a 40ºC nos desconcertó sobre todo cuando tuvimos que dar la vuelta, horrible la desolación y la fatiga que te comprime sin saber la dirección, andando sin sentido. Las pocas casas y poblados que pasábamos estaban repletas de chavales anonadados por nuestro extraño color, daban miedo sus miradas escrutadoras. Pertenecen a la tribu de los Betsileos, conquistados tiempo atrás por los Merinos que eran los lacayos de los franceses en la época de la conquista. Una de las características de esta tribu betsilea es que cultivan el arroz 3 veces al año en lugar de dos, además tienen creencias sobrenaturales, la “hasina” es una fuerza que proviene de la tierra y se trasmite a los vivos a través de los ancestros.

Volvimos a Ambalavao decididos a pasar la noche en el hotel Bugambilles, muy bueno pero caro. Lo peor fue darnos cuenta de que al día siguiente debíamos volver hasta Fianaransoa para sacar dinero, no teníamos suficiente y el cajero más próximo está allí.
Esa noche tuvimos una velada correcta y animada con los mismos franceses que nos salvaron, gracias otra vez si lo leéis.

Desayunamos sobre las 9:30 y directos al taxi-brousse que nos conduciría de regreso a Fianaransoa para poder sacar dinero, tardamos dos horas al menos en ir y la vuelta otra vez en el taxi-brousse esperando a que se llenase. Dos horas haciendo tiempo para que las 3 plazas libres se ocupasen por alguien, como no pasó las compramos nosotros. Fletamos e invertimos en el buseto, todos los pasajeros que entrasen después nos debían pagar a nosotros, menos el primero comprado por el conductor, ahí estuvo el fallo, el tío no paro de buscar gente en cada pueblo para no perder su dinero y volvimos a perder el tiempo inútilmente. Al final encontró a una mujer y conseguimos seguir la ruta.

Es de ver para creer como cambia el paisaje, un desierto árido nos aguarda, anocheciendo vemos el sol rojizo, medio apagado, el viento arrastra consigo las ramas de los pocos árboles dispersos, los rastrojos forman parte de la tierra.
En los asientos de delante, en le taxi-brousse al lado del conductor enfermo, su tos chirrosa, espeluznante, igual que el chillido de los guarros al matarles. Estos asientos son los mejores a la hora de viajar contemplas todo cómodamente y relajado, el final del día al comienzo de la noche fría.

La carretera lisa y recta atraviesa el solar, de repente un humo intenso arrastrado por el viento se mete en la furgo, intentas vislumbrar el foco del incendio y te das cuenta de que no es uno si no varios los pirómanos. Las llamas se comen los rastrojos y avanzan rápidamente por la llanura, los fuegos los provocan los pastores de cebús durante las noches para dar de comer a sus animales, los brotes verdosos de plantas son su alimento perfecto, se deshacen de la hojarasca seca.
En este país las preguntas se contestan horas o días después, la del ¿porqué de los incendios? la contestó nuestro guía de Ranohira al día siguiente.


Ranohira

Es el pueblo mas cercano al P.N de Isalo, con diferencia el mas espectacular de los visitados. En pleno desierto un macizo de rocas porosas formadas hace millones de años sobresalen como un muro hasta alcanzar los 1450m de altura. Ese macizo forma el P.N de Isalo , llamado así por una planta endémica llamada Isalo. En ese muro las tribus baras entierran a sus muertos, les meten dentro de la roca, para después de cinco años desenterrarles y volverles a enterrar en lo más alto de la montaña junto con su familia.

Llegamos a Ranohira sobre las 19:30, encontramos un hotel rapidamente, en el centro porque el pueblo solo tiene centro. Había muy pocos puntos de luz, solo los que tenían un grupo electrógeno para crearla y las románticas velas. El pueblo entero se sitúa a los dos lados de la carretera.

Seguimos a la chica que nos enseña la habitación, la velas hacen que el lugar sea mas misterioso aún, te asomas a la cocina, atraviesas un patio con árbol enorme en el medio, te fijas en el suelo de arena y te topas con dos escalerillas que suben directamente hasta la puerta de madera de la supuesta habitación. No está mal, nos quedamos por 55.000 Aurays la noche y al final serían dos.
Cenamos y dormimos. Sobre las 9, teníamos todo preparado y listo para largarnos a ver el parque, emocionados compramos algo para comer, alquilamos un chofer y un guía (Alfonso Ramarokoto) totalmente necesario para acceder a Isalo.

Primero visitamos el Cañón de los Monos, el Peugueot 205 se trastabilla por el camino, 45 min. después paramos y comenzamos a patear con un calor incesante. Nos acercábamos a la muralla que delimita el parque, una entrada de pajas crecidas nos marca la ruta y poco a poco arbustos, árboles, nidos de termitas, hojas secas, lianas, y palmeras nos sobrecogen. Entre todo esto vimos una familia de Makis de cola anillada y a unos Sifakas encantadísimos de posar delante de las cámaras, se estiran, abren las piernas, se limpian las patas…
Comienzas a esquivar riachuelos, saltas de una piedra a otra, los sigues hasta la entrada del cañón, el agua se desploma desde las piedras porosas y cae en hilillos hasta un pequeño lago rodeado de vegetación y piedras. Nos dice el Alfonso que en ese mismo agua se duchaban las ratas del cañón de al lado, hasta que una de ellas vio beber a un Maki, fue corriendo a decírselo a las demás y nunca mas volvieron.
No nos adentramos hacia el interior del cañón pero según Alfonso, al final, casi cuando ya no puedes seguir caminando y tienes que nadar y bucear para atravesar las rocas es posible encontrar arenas movedizas.

Regresamos al pueblo con el coche. Una hora y media nos costó hasta nuestra siguiente parada.
Atravesarás el primer valle de Isalo, hasta un pequeño oasis de árboles, descenderá un riachuelo, el sonido del agua te guiará y verás a tus pies una cascada que deposita el agua en una piscina natural. El calor del camino se terminará en cuanto tu cuerpo se meta en le agua cristalina. Te encontrarás dentro de una semi-cueva y las palmeras cubrirán los rayos del sol. Pensarás en tu acompañante real o irreal en este oasis perfecto.


Casi el fin.

Al día siguiente ruta hacia Tulear, con parada en el sucio y destartalado pueblo de Ilakaka dedicado íntegramente al comercio con las piedras preciosas, sus habitantes no paran de entrar en los puestos dónde se compran, les enseñan las piedras a los expertos estos las juzgan y se las devuelven si no tienen valor. Ilakaka es feo y no vale nada pero es curioso el trapicheo. Según los habitantes de Ranohira es el pueblo más peligroso del país. De camino hacia Tutear los controles policiales se multiplican y son mas estrictos, nos pidieron por primera vez los pasaportes.

El taxi-brusse nos dejó en la estación, un taxista nos condujo por una carretera angosta y destrozada a 30 kilómetros de Tulear, a un pueblecito, Mangily.
Ahora llevamos aquí tres día sin hacer nada, comer, dormir, bucear… Un merecido descanso al final del viaje. Un bungalow, unas tumbonas y la marihuana dan placer y un perfecto final.

La playa de arena blanca y fina termina en un mar tranquilo, es así porque a 3 kilómetros mar adentro una pared de coral frena las olas, la furia del mar se aplasta contra esa muralla natural. Es una montaña altísima que casi roza la superficie del mar por un extremo y nace en las profundidades abisales del océano.

Elena aprovecha su último masaje de felicidad, el rostro lo demuestra y la mama malgache dibuja con sus manos experimentadas el final en su espalda.


Fin