3 dic 2013

ALBANIA



Temprano, muy temprano me vi dentro de un taxi dirección al centro de Tirana. Aun me estaba desperezando, me había levantado tan pronto que el viaje en avión me parecía un sueño. En el taxi -Mercedes del año “pun”- viajaban mis acompañantes con los rostros igual de enajenados que el mío.
Probé algunas palabras en inglés dirigiéndome al taxista y no hubo respuesta. Miré por la ventanilla buscando gestos que dominaran sobre la pesadez de mi cabeza, que me hicieran despertar de una vez y lo primero que me impactó fue un cartel publicitario que vendía el “hospital americano”. Pensé que al menos podríamos tener una buena atención sanitaria, pagando claro.
Siempre que viajamos no nos informamos prácticamente de nada y esta vez no iba a ser menos. El destino elegido suele ser el lugar con menos turismo, y ahora que nos acompaña Viriato, de 3 años, no muy lejano. Compramos billete de avión y reservamos la primera noche de hotel por Internet, lo demás que pase como tenga que pasar. Eran dos semanas sin prisas, así nos planteamos el viaje.


El taxi continuaba al galope por la carretera hasta que llegamos a la entrada de la ciudad, una aglomeración de casas y de coches sin sentido pero con una intención clara de no quedarse atrás, nos rodeaban. El taxista era un experto y atravesamos en 15 minutos lo que el último día nos costó 40 en nuestro propio coche. Llegamos a la plaza principal, la orgullosa plaza limpia y pura, un ejemplo del antiguo sistema político comunista por sus grandes dimensiones. Skanderbeg es el héroe nacional y su estatua lidera la plaza del mismo nombre. El centro de la ciudad está marcado por esa historia comunista pero solo se percibe en los grandes espacios, la apertura de los albaneses al capitalismo ha sido muy rápida, en el 90 cayó y desde entonces las mentes han sabido adaptarse al consumismo como los niños al manejo de los móviles táctiles.

Dormimos hasta medio día y aparentamos una buena comida con rasgos italianos en un restaurante bullicioso cerca del hotel. Mi mente seguía observando el terreno, niños vendiendo bolígrafos, aceras destruidas, edificios de lenta construcción, calor a principio de octubre… Aun funciona el sacarse la mesa y las sillas entre dos coches aparcados y tirarse toda la tarde jugando a las cartas. Vendedores ambulantes de chicles, tabaco. Mi mente dibujaba una retrospectiva de nuestros años 70.

Era mucho más clara la inversión privada que la pública. Lo público es algo abstracto, es una palabreja no creíble para los ciudadanos de Albania. No se creen que pagando impuestos se consiga nada, es una pantomima de los políticos y aunque los habitantes estén obligados a cumplir con los pagos, muy pocos lo hacen. En la disputa final por unos euros que nos quiso timar la compañía de coches de alquiler, conocimos a un chico que pagaba 1 euro al mes de electricidad. Increíble, ¿verdad? Impensable ¿cierto? Hasta que te dice que todas las viviendas están enganchadas de “estrangis” a la red general y comprendes, con tu mente de aquí, que eso es lo que falla en nuestra podrida sociedad. Aunque sin dejar de reflexionar en lo mismo, parece más incrédulo creer en los deberes ciudadanos que en que alguien page 1 euro al mes en su factura de consumo eléctrico.

Subimos al Sky hotel, con un restaurante bar en el último piso. Las vistas eran espectaculares y las dimensiones de la ciudad eran mucho más claras. Al final de la superficie de viviendas se veían montañas sin bosque, peladas hasta la cumbre. Muy probablemente cubiertas de nieve en invierno y uno de los recursos turísticos más atractivos y menos explotado del país. Solo los profesionales de la montaña vienen a disfrutar de ellas, porque los aficionados necesitamos un confort estrictamente relacionado con nuestra afición.

La familia de tres, subimos, deliberamos y descendimos en el ascensor escuchando constantemente la música de varios bares que estaban a los pies del Sky. Buscábamos un lugar para cenar, anduvimos y encontramos un restaurante enjaimado que nos sirvió muy buena comida a bajo coste. Todo rico y más cuando es barato. El último día volvimos al mismo lugar, todo perfecto, pero en esa ocasión, acompañamos la comida con una tormenta de agua impactante y atronadora, un golpe fuerte, duro y seco nos levantó de los sofás, un vigoroso trueno impactó a pocos kilómetros de nuestros pies. Viriato, asustado, vino hacia nosotros, nos vería esa cara que se te queda cuando la sonrisa sale por culpa de un miedo inesperado.

Empezamos la conducción dos horas más tarde de lo previsto y salimos de la ciudad después de varios intentos fallidos, el desparrame de callejuelas nos llevó al fin a una carretera estrecha e inacabada por los arcenes que subía, dirección al este, hacia una montaña triste. Durante el recorrido vimos muchas partes del bosque quemado. Nos contó un bombero a medio viaje que se hace sin ningún tipo de escrúpulo, está penado, pero lo hacen sin pudor ni consciencia. La basura se acumula tomando el asfalto, siendo esta una práctica muy habitual de los albaneses.

También es muy curiosa la forma que tienen de rezar a sus muertos, según recorres el asfalto, a ambos lados de la calzada, se ven diminutos templos religiosos. Son templos reales con su planta de cruz griega, sus arcos de medio punto, sus rosetones… pero a un tamaño minúsculo. Unos más adornados, otros de metal, algunos de obra… El motivo lo estuvimos buscando durante todo el viaje, la teoría más plausible es que los construyen justo en el lugar donde murió la persona en el accidente de tráfico de turno, igual que en las carreteras españolas cuando se ven flores en alguna curva, por cierto, casi siempre secas. La otra teoría es que las familias hacen desde sus casas el viacrucis por todos sus muertos hasta el templo, la distancia y el tipo de templo, con más o menos ribetes, depende del dinero que tenga la propia familia. Cuanto mejor se encuentren económicamente más cerca y más “curioso” será el templo al que rezar.

Decidimos llegar hasta el lago Ohrid y pasar la noche en la ciudad del mismo nombre. Antes de cruzar la frontera vimos por lo menos treinta lavaderos de coches. Ya en Tirana nos había sorprendido, pero esta ristra de lavaderos antes de la frontera fue un descubrimiento. Las mangueras con agua a presión hacían del paisaje montañoso una fotografía única. Los arcos de agua hasta tres metros de altura sorprendían en cada curva atrayendo al cliente con ese derroche pavoroso de litros y más litros cada segundo. Nosotros no paramos, pero si estaban ahí era porque el negocio funcionaba, siempre se veía algún coche estacionado. Demasiada obsesión por la limpieza de un objeto, aunque es verdad que por 2 euros te limpiaban el coche enterito.

Ohrid es una ciudad a las orillas de un lago que parece en mar por su extensión. Este cráter entre montañas hace de frontera entre Albania y Macedonia. Ohrid está clasificada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Sus calles empedradas te dirigen hasta el comercio y la tranquilidad que se respira, abruma tanto que al día y medio nos largamos hasta otro monumento natural muy aconsejable, las Meteoras.

Pasamos Macedonia y entramos al norte de Grecia. Subimos y bajamos colinas, no es interesante, no atrae el paisaje, vulgar, normal, hablas y de la nada aparecen unas rocas naturalmente “empitonás”. En su copa, punta o prepucio, monasterios construidos al borde del precipicio. Nos pareció una imagen de convivencia tremenda entre lo natural y lo humano. Y si lo que querían los monjes, con esa construcción, era estar más cerca de sus dioses lo consiguieron sin duda. Kalambaka y Kastraki son los pequeños pueblos que terminan de vestir esas moles de roca. Al igual que los monjes sí que llegaron, los ingenieros de esos pueblos no alcanzaron el conjunto perfecto entre lo bello de lo natural y lo bello de lo humano.

Desde allí entramos por el sur de Albania hasta llegar a Gjirokastra, un pueblo camuflado en la tierra. Tiene una parte moderna y un casco antiguo, colina arriba, con un castillo que lo ve todo, allí cada cuatro años se celebra un festival folk que trae grupos albaneses y bálticos. La zona es árida y todas sus casas están hechas de piedra gris para metamorfosearse con el paisaje. Es un pueblo especial, de pocas visitas pero con mucha personalidad.

Nuestro propósito estaba conseguido viajábamos si un rumbo estable y habíamos visto pocos turistas. Agarramos el coche, después de haber pasado una noche allí, en una habitación hecha para príncipes, con techos de madera y ventanales para ver las estrellas. La carretera hacia el norte se hizo eterna, cientos de agujeros cargaban nuestros traseros y lo que normalmente sería una hora hasta Berati lo hicimos en cuatro. En ese viaje nos cruzamos con una casa barco, con carros repletos de paja, con ríos enormes… Los comercios y todo lo que se pudiera vender se encontraba en la linde de la carretera, pescado, frutas y verduras con una pinta fantástica.

Después de muchos, pero que muchos baches llegamos a Berati. La ciudad se encuentra en un valle cerrado con el vórtice mojado por el rio Osumi. Sus casas de color blanco trepan colina arriba hasta la ciudadela. Esta, se salvó de varios embistes y de luchas por su situación, siempre respetada por su valor artístico falta ahora un poquito de inversión.

Gracias a Viriato conocimos a una niña musulmana que hablaba perfectamente español sin haber estudiado, sencillamente porque le gustaban las telenovelas y de tanto verlas lo aprendió. No solo nos pasó esa vez, varias veces en nuestro viaje, sobre todo las mujeres, hablaban un español que sorprendía.

Las dos semanas que pasamos por Albania sabemos que fueron brillantes, un país muy poco concurrido, barato y que en pocos años será un destino obligado para mayoristas y turistas. Nos divertimos viendo el pasado en nuestro presente, contemplamos la vida e intentamos por todos nuestros medios adaptarnos a sus costumbres, charlamos con los que pudimos y vimos de primera mano cómo es un país justo antes de que entre de lleno el Capitalismo.