18 oct 2010

China love

Intro

No es nada fácil para un occidental adentrarse de sopetón a una cultura tan cerrada como la China. Para saltar esa muralla, primero debemos documentarnos, saber sobre ellos y ellas. No vale con comprar el billete de avión y aterrizar allí, tampoco es suficiente ir a comprar cervezas a los chinos del barrio y menos cenar en un restaurante chino pensando que esa es la comida tradicional.
Somos muchos los que creíamos que la salsa agridulce se usa en China para derramarla encima de los rollitos de primavera, como hacemos aquí, y después de veintimuchos días no vi ese líquido por ninguna parte. También, somos unos cuantos los desafortunados que antes de partir pensamos – Para qué voy a comprar papelillos de liar si con todo el arroz que hay allí seguro que tienen – Pues no, ni hablar de papelillos.

Pues eso decía, que para viajar debemos documentarnos, no digo que nos empollemos los cuatro libros de Confucio, pero por lo menos saber que la leyenda urbana de que si todos los chinos se pusieran de acuerdo para saltar a la vez, la tierra temblaría, es falsa.
Lo que abajo dejo son experiencias en primera persona de los lugares por dónde pasé.


Beijing

Septiembre interesante o gran septiembre. Viajé a China por aclamo popular de mis neuronas, ellas me aconsejaron que dejara por un tiempo la monotonía de mi vida, todos los días empezaban igual y terminaban de la misma manera.
Aterricé en Beijing después de catorce horas entre nubes, hacía frío. Mi mochila era pequeña, muy poca ropa. El taxi me llevó directo al albergue, en ese viaje de una media hora intenté no hacer comparación alguna con la educación de los taxistas aquí y en España, pero me fue difícil. Pensé que él era solo uno de los millones de personas que viven en la ciudad y así fue. En el albergue era todo amabilidad y cordialidad, las recepcionistas me recibieron como a un héroe europeo y directamente me ofrecieron desayunar.

La ciudad de Beijing es inmensa, mucho tráfico. Me adentré en sus grandes avenidas perfectamente mezcladas con estrechas callejuelas, las primeras adornadas con luces de neón y las segundas con farolillos. Los puestos de comida abarrotan los laterales, probé con poco ánimo el pincho de caballito de mar y me atreví a clavar mis molares en el pincho de escorpión, más crujiente que una corteza.
Me fue complicado orientarme dentro del Mercado de la Seda, ahora no es un mercado callejero es un edificio enorme de siete plantas diferenciadas por temas: ropa, joyas, informática, relojes, nieve, zapatos y bolsos. Hacen imitaciones perfectas de todo, pero aconsejo que no compréis nada electrónico porque el ochenta por ciento de las veces no sirve para nada. Su forma de vender es gritando, agarrándote del brazo, te sacan calculadoras con dígitos gigantes y dan manotazos para atraerte, muy agresivos. Terminas comprando aunque por mucho menos de lo que piden.

Coincidí con una chica que sufrió a lo bestia rodeada de vendedoras, aturdida intentó salir del atolladero sacando el dinero que la pedían por una cazadora de cuero. Se lo puso en la mano, le dieron la chupa y desaparecieron. Se quedó exhausta, sin atreverse a dar otro paso, miraba hacia el suelo de mármol brillante y después a la cazadora. Fui a su encuentro y la objeté que se pusiera la cazadora. Ella me hizo caso mirándome fijamente a los ojos. La quedaba perfecta, era para ella y nadie más. - Le dije:_ Has hecho muy bien. Me volvió a mirar sonriendo y se fue.

Era importante desaparecer de ese mercado de locos para acercarme a la Ciudad Prohibida, es un punto indispensable si visitas Beijin. Se accede desde la plaza de Tiannamen, posiblemente la plaza pública más grande del mundo, y en la entrada se puede ver el póster gigante de un tal Mao. La verdad, es imposible imaginarse la vida allí, disfrutaban pocos y trabajaban muchos. Me quedó claro que los emperadores tenían derecho a todo y sus órdenes se seguían con obediencia absoluta, aunque a menudo, las emperatrices gobernaban en la sombra. Siempre había disputas entre ellas y las concubinas; peleas, chivatazos, envidias era su día a día. Las concubinas entre 14 y 16 años eran elegidas en una especie de reclamo estatal. Se presentaban en la corte y eran elegidas por guapas. Algunas marcaron la historia de China ya que sus hijos llegaron a gobernar con pleno derecho.
Destaco los colores de la madera y sobre todo los tejados encorvados hacia arriba, de perfecta simetría. El suelo empedrado recorre pasillos y patios dónde se concentraba la corte para escuchar las palabras sabias del emperador. Casi todos los palacios representan algún estado: longevidad, riqueza, intelecto, sabiduría... Todo tiene un uso y las zonas se encuentran perfectamente delimitadas. Podían llegar a pasar años desde que un simple comerciante de fruta volvía a ver a un militar dentro de la Ciudad.

Salí de la fantasía después de varias horas y acepté la oferta de un hombre para visitar los Hutong (barrios muy pobres de casas bajas para 30 familias de media y un aseo para compartir)
Cuando subí a la especie de Ricksaw cantonés giré la cabeza a la derecha y volví a ver a la mujer de la chaqueta de cuero. El hombre comenzó a dar pedales hacia ella y pasé rozando su cuerpo, dudando en saltar y abordarla o dejarlo pasar. Mi mente creó su imagen volviéndose hacia mí, pero continué sin mirar atrás.

Treinta minutos bastaron para ver que no es oro todo lo que reluce, incluso con motivo de los JJ.OO del 2008 se construyeron muros para separar los Hutong del resto de la ciudad, eso, en el mejor de los casos, porque muchos otros fueron destruidos para dejar paso a la ciudad moderna.

Hablando de maravillas mundiales, la Gran Muralla, es sin duda una de ellas, el trazado sube y baja atravesando una cordillera. Es difícil andar sobre los 6 metros de ancho de la muralla por su inclinación, algunos tramos superan el veinte por ciento y subir es cansado pero bajar es peligroso. Imaginando el construirlo te chorrean los sobacos y la cabeza. Muy duro además de lo difícil y sangriento. Murieron cientos de personas construyéndola y aún sus huesos forman parte del semblante de la muralla.
Me quedé tiritando cuando volví a verla y sin contemplaciones fui en su busca. Viajaba sola, se llama Teresa, la dirección en su viaje era el oeste. No pude sacarla nada más, se marchó corriendo. La seguí hasta la puerta de entrada, subió en un autobús y desapareció.


Pingyao y Xi´an

Me obsesioné con la imagen de aquella mujer, su piel tersa y limpia hacía amedrentarme, sus ojos verdosos y hondos escondían mis palabras. La forma de caminar dejaba obsoleta mi idea de viaje, mis fotos dejaron de captar las imágenes que enfocaban, la veía en ellas. Me concentré en la salida del tren hacia Pingyao, pequeña ciudad amurallada y antigua sede central de la banca china. Los torreones de de entrada son de arquitectura tradicional con tejados puntiagudos. La ciudad antigua esta dentro de la muralla. Las viviendas, casi todas con patio interior, son preciosas y memorables.
El suelo de la ciudad es todo de piedra, baldosines negros que agotan los pies. Los días pasaron tranquilos, sin sobresaltos más allá de los normales por el tipo de cultura. Me sorprendió ver a los niños con pantalones abiertos por el trasero para hacer más fácil la deposición en cualquier rincón. También compré naranjas aunque su color fuera verde. Disfruté comiéndome una naranja verde subido en la muralla, palpando el contraste. De un lado el relax dentro de la ciudad amurallada, y del otro, el ajetreo incansable de vendedores y transportistas en la ciudad nueva.

Mi itinerario continuaba al día siguiente hacia la ciudad de Xi´an, estaba disfrutando. Las conversaciones se limitaban a preguntar sobre comida, lugares turísticos y precios. El inglés de los chinos era muy limitado y no sabían nada de español. El viaje en tren hasta Xi´an estuvo amenizado por la conversación que mantuve con un joven chino, se llamaba Jacky King. Me hablo sobre política, salarios, vivienda y sanidad pública mientras comíamos un tarro de noodles. (Compras el bote de noodles y cuando pasa el operario del agua caliente le pides un poco y esperas a que la pasta se cocine, echándole después el sobre con el sabor elegido)

Me extrañó que Jacky no se inmutara cuando le conté mi historia con la chica de la chaqueta de cuero, toda esa serie de coincidencias con ella no le causaron ninguna impresión, sólo me dijo que no era la primera vez que alguien le hablaba sobre élla. Él hace ese trayecto en tren a menudo e intenta hablar con extranjeros y así practicar el idioma. Algunos le hablan sobre esa mujer, con la misma descripción física y los mismos encontronazos, siempre con personas que viajan solas. Jacky cree que la mafia china atrae así al turista, para secuestrarle mas adelante, pero eso es lo que él se imagina porque no tiene ninguna prueba.
Me dejó nervioso y no pude pegar ojo en toda la noche, además las literas eran muy duras y los ronquidos se multiplicaban.

Llegué a la ciudad con un mal sabor de boca, me fui directo en busca de un albergue pero mi percepción de las cosas había cambiado, la gran metrópoli estaba sucia, el caos circulatorio de la plaza principal, dónde se eleva la Torre de la Campana, me desconcertó.
El contraste de esta plaza con los mazacotes comerciales, cada cual mas grande, y la nebulosa del ambiente hacían de Xi´an una ciudad malhumorada, sin ningún gusto y repugnante.

Cené ligero recordando las palabras de Jacky. Pescado, gambas sin pelar y arroz con verduras. Ensimismado viendo pasar a todo tipo de gente a través del cristal me quedé en blanco y sin reacción, la ví de nuevo sentada en la parada de autobús al otro lado de la calle. Después de varios minutos observándola, pagué la cuenta y me decidí a recorrer los treinta metros que nos separaban. Me planté en línea recta y estuve seguro de que me había visto, pero un autobús se interpuso entre su mirada y la mía. Agarró el autobús y al sentarse pegada a la ventana me amenazó con el dedo. Era extremadamente atractiva, llevaba el pelo recogido, fervientemente negro y largo, era alta si la comparamos con la media de las mujeres de aquí.
Desde el otro lado de la acera paré a un taxi y con gesticulaciones casi ofensivas se enteró que quería seguir al autobús. En cada parada me cercioraba de que no saliera, la noche se echaba encima y sin darnos cuenta habíamos salido de la ciudad. El bus paró por enésima vez y salió Teresa, ordené a mi taxista que parará, sin dejar de mirarla. Llevábamos cuarenta kilómetros de persecución sosegada y todavía no me había fijado en él, le pagué los ochenta yuanes contrayendo mis facciones al verle las manos tan sucias, con las uñas largas y rebosantes de algo verdoso y marrón. Si hubiera podido entenderme, le hubiera aconsejado que usara parte del dinero en hacerse una limpieza corporal. Yo tampoco soy de cremitas y peeling pero por lo menos un corte de uñas necesitaba.

Teresa y yo frente a frente, la única luz de una farola alumbraba la entrada de lo que parecía un museo. Me miró y corrió a la puerta de entrada, con un salto ágil se agarró al punto mas alto y me insinuó que la siguiera. Salté detrás de ella y la perseguí corriendo entre árboles altísimos, el camino era de piedras y las indicaciones que me daba tiempo a leer estaban escritas en inglés, me llevaba a la entrada de algún lugar turístico. Terminó la hilera de árboles y una gran explanada con casetas y tornos indicaban el final del recorrido, después tres naves enormes tapaban el horizonte. Teresa me esperaba en la puerta de la nave central con una linterna, llegué a ella y me susurró:_ Silencio, te voy a enseñar la octava maravilla del mundo. Me cogió de la mano y caminando despacio entramos.

La época de los grandes emperadores de China estaba marcada casi siempre por guerras, las disputas por el territorio y por el poder hacían a los emperadores protegerse, y para ello formaban a grandes guerreros sin escatimar en armas. En el punto dónde nos encontramos se han encontrado mas de cinco mil estatuas talladas a mano, ninguna tiene la misma cara y todas están alineadas como en el campo de batalla, las figuras son los soldados del emperador que aún hoy, después de dos mil años y ya muerto le siguen protegiendo en la otra vida. Si tocas cualquier lanza, cuchillo o flecha de las que llevan talladas los soldados, es muy probable que mueras en menos de una hora, porque el veneno todavía está activo.

Toda la historia me la iba contando Teresa mientras caminábamos despacio entre las estatuas, a mi me parecían gigantes muy cabreados por interrumpir su descanso nocturno pero a ella no le parecía nada del otro mundo. En las demás naves vimos figuras de cuadrigas y caballeros montados en su caballo. Esto era un verdadero ejército que si resucitaran hoy para volver a matar, muchos países que se creen poderosos sucumbirían con facilidad.

La noche se cerró y la única luz que teníamos parpadeaba con ganas de descansar. Salimos del museo y nos tiramos al césped ya cerca de la entrada principal. Era el momento de hablar con ella, de preguntarle mil cosas, pero cuando abrí la boca me sorteó un beso profundo, seguido de lo que se puede llamar magreo y finiquitando con la conjunción de nuestros cuerpos. Fue tan intenso que nos quedamos dormidos uno frente al otro.
Me desperté con muchas cámaras de fotos en la cara, las risas por mis pintas se escucharon y uno de seguridad me acompañó a la salida.

Volví al albergue cabreado y me planteé olvidarme de lo ocurrido, no quería volver a verla. Así que compré un billete de avión hacia el sur. Guilin era mi destino, quería degustar manjares como el sapo frito, la rata del bambú, serpiente cocida y frita y demás rarezas que seguro me harían olvidar a esa mujer.
También el paisaje, más verde y con menos polución fueron la causa de que el tiempo que estaba despierto no lo pasara intentando encontrar una explicación coherente a lo que me pasó, al porque desapareció.


Guilin y Yangshuo

Desde el albergue fui directo a la cueva de la Flauta, en el bus nº3 por tres yuanes. Las bóvedas son altísimas, sus estalactitas y estalagmitas se unen creando formas imaginarias de setas, ciudades, montañas, insectos, leones, verduras, flores, pájaros y medusas. La cueva está casi seca, los grupos de turistas quitan el encanto y la iluminación que intenta dar color a las piedras la estropean.

Anduve por la ciudad, por sus calles peatonales, hacía calor. Llegué a un parque dividido por dos lagos; el Rhon y el Shan. Romántico atardecer. La luz anaranjada del sol traspasaba las dos Pagodas y se posaba en el agua hasta llegar a mis pies.

A la mañana siguiente contraté una ruta en barco para llegar hasta un pueblecito entre montañas extravagantes. Cuatro horas y media de descenso acompañado de placer por los paisajes imperdibles. Cientos de picos a diferentes alturas recorren las orillas del río creando formas magníficas, ninguno es igual y ninguno sobra. Se encuentran en perfecta conexión, todo un horizonte de curvas. Esas curvas me recordaban a Teresa.
Si diéramos la vuelta a la superficie parecerían las huellas marcadas por los dedos de un gigante, aplastando e intentando cambiar el curso del río Lí.

Llegué a este tranquilo pueblo, tocado de alguna forma por la madre naturaleza, cené con el chismeo del agua y me fui a la cama. Desayuné y alquilé una moto eléctrica para recorrer los caminos que rodean las montañas picudas. Sin darme cuenta había pasado un día contento, me sentí en libertad conmigo y encontré un poco de normalidad dentro mi espíritu. Aparqué la scooter a mitad de camino para adentrarme en la Cueva del Agua. Me arrastré detrás del guía por agujeros de muy pocos centímetros, sofocándome y averiguando lo que significa claustrofobia. Galerías con tímidas cascadas y saltos de piedras continuaron hasta llegar al final de la cueva, allí me esperaba una piscina natural de barro, embadurnado de ese líquido viscoso salí a la superficie y arrancando la moto continué hasta el pueblo.
Al día siguiente, desayuné, recogí mi bolsa y marché en bus hasta Guilin, desde allí volé hasta mi final, Shanghai.


Shanghai

Llegué a un bosque de edificios, al consumismo y capitalismo en estado puro, a una fantasía eléctrica desbordante, a la antítesis de la antigua China, a Shanghai.
Todo me desbordaba, me desorientaba, me absorbía y enloquecía el primer sentido, la vista. La captó y ya no pude dominarla. Esta ciudad es una gigantesca máquina tragaperras.

Andando por el Bund (Waitan), recordé a la mujer de mi viaje, todos los encontronazos con ella. ¿Fueron casualidad o estaban planeados? Seguí caminando despacio, mirando hacia la otra orilla del río. Los rascacielos forman parte imprescindible de este paisaje urbano, sobre todo la Torre Perla de Oriente, de cuatrocientos veinte metros de altura. Es una torre de telecomunicaciones y es posible su visita.
El tiempo de mi viaje se estrechaba, sólo disponía de un día más y no quería desaprovechar nada de él.
Monté en el metro, pero después de varios intentos por acercarme al comboi desistí, las aglomeraciones y caos te hacen enfurecer. Empujan y pegan para entrar. Si yo hubiera medido diez centímetros más habrían sentido la furia gallega de mi sangre, pero el caso es que lo intenté de todas formas y no pude. Di media vuelta y volví a salir del metro en la calle Nanjing Donglu, muy comercial y abarrotada de gente.
Paseé por la plaza del oro, atravesé el puente Zig-Zag, me adentré en los bazares de telas y ropa y paré para comer en un puesto callejero, pinchos de pollo y carne, tortas rellenas de vegetales, noodles y fruta. Quise descansar con la visita al parque Yuyuan y lo hice, es precioso, muchos recovecos y agua en abundancia, fue fundado por la familia Pan, ricos funcionarios Ming, lo tardaron en construir 18 años. Dentro no crees estar en esta bulliciosa ciudad.
Me senté y saqué la cámara de fotos, pasé de una en una desde el comienzo del viaje, recordando con la ayuda de la imágenes. Había visitados lugares increíbles pero en mi cabeza seguía ese sentimiento hacia Teresa, me hubiera gustado haber compartido más palabras y más tiempo, ahora me tocaba volver a mi país y sobre todo a la monotonía de siempre, había sido estúpido por pensar que mi vida era especial.
Siguiendo con ese pensamiento pesimista escuche detrás de mi una voz de mujer que preguntaba:_ ¿Tienes algo importante que hacer en España?
Fin.