4 jul 2007

Viaje a Grecia.

Viaje a Grecia.

Alguien, no sabemos quién ni por que, hizo de este mundo especial, lugares increíbles nos visitan, confirman que de aquí de allí, de dentro o de fuera de la tierra quedan cosas maravillosas. Individualmente no serían nada pero en conjunto, moviéndose todas juntas las hacen especiales, suerte que tenemos de sentirlas, de acariciarlas solamente algunos privilegiados.
Los mal aventurados se conforman con poder verlas en TV o en revistas, intentando escapar de su vida simple, amada naturaleza, rezan mucho para intentar desarrollar su conciencia y marcharse a un lugar sin frió ni calor, sin desesperación carnal, disfrutar con la mente. Los autóctonos las ven pero no las ven, saben que las tienen pero al ser humanos quieren mas o se cansan de tenerlas, están insatisfechos, no hacen caso, trabajan como muchos, quieren riquezas o algunos tranquilidad, que la encuentran pero sin son, sin disfrute. Por eso los viajeros son los mas afortunados, gracias a la pobreza de muchos ven, tocan, huelen, escuchan, están en los lugares mas remotos pero no están de veras, se quedan un tiempo, absorben todo el néctar que allí se desparrama y se largan con el, roban pedazos de tierra, marchitan espacios sagrados por naturaleza, su vida es la de muchos que sufren desorientados el por que de las cosas. En realidad los viajeros somos asesinos, carniceros, matamos todo con la cámara y con la pluma, desterramos del olimpo a los dioses, queremos ser ellos, verlo todo desde arriba, desde muy arriba, no dejar nada fuera de nuestro objetivo, nos dan igual las provocaciones, la basura esparcida, mentiras, calumnias… .


Así, de esta forma descarnada empezamos conociendo Grecia, el país de los dioses vivos del Olimpo, muchos sufren allí, enganchados a la droga dura, a la heroína. En frente del Hotel Odeón, un parque nos lo demuestra con creces, gente retorciéndose, captando los microbios esparcidos por la acera, pringando los suyos para que en breve otro ser inmundo humano los reciba y se contagie.

La habitación no está mal, los hoteles aquí son caros, tiene de todo lo que alguien desea, cama para dormir, luz eléctrica que te deja ver, baño para mear y cagar, lavarse los dientes, ducharte, etc. También tiene televisión, pequeña y muy alta, hasta nevera vacía. Todo esto no serviría de nada para un viajero en su aventura, él desea lo malo, lo difícil, lo menos probable, la satisfacción de ser el primero, de gobernar y mostrar lo descubierto.

Para nosotros felicidad, es tarde pero hemos llegado, la 1 de la madrugada descubriendo unos pinchos morunos diminutos de cerdo a la parrilla, nos comemos tres viendo la posición de desesperación de uno de los dioses terrenales que se ha quedado fuera del paraiso, un yonky, nos pide en su idioma mater, dinero supongo.

Era viernes y se hizo el sábado mucho mas alegres por seguir, temprano, descansados desayunamos unas medias noches y una taza de café, no hay tostadas pero si queso, huevos cocido con sal, pura energía. Perplejos o dormidos andamos calle abajo después de pasar la plaza de Omonia, el mercado de carnes, pescados, frutas, verduras a nuestra izquierda. Olor a su mezcla, a gente, esquivamos, los kioscos tienen los toldos muy altos, te agachas.
Sin pararnos llegamos a la plaza de Monasteraky, es llegar allí y cambiar la estabilidad, no sufres tanto andando, vas mas alegre, disfrutas de las calles, estrechas, callejones sin salida, pintadas en las paredes. Rápidamente vimos la torre de los Vientos, (entrada gratuita para estudiantes, así sería en todo el viaje presentando ese carné te dejan entrar en cualquier lugar de interés), la estuvimos viendo continuamente, como se ve el anuncio de televisión que odias, el que mas rabia te da, siempre está ahí, martilleando. Observándolo todo, las paredes, los restaurantes, las personas, el tipo de plantas, el suelo, los comercios, las tiendas, los carteles, buscando la primera foto y con ella las primeras impresiones del lugar, las cuestas, lo que se vende, lo que tienen, a los turistas, la suciedad, el cielo, a ti mismo. Andas buscando algo, ¿Qué es? Que es lo que buscas, decídelo, te sientas, te tomas un descanso de la subida, ves gente preguntas hacia donde esta el Partenón, puede que sea esa una razón de la visita, la vista se aclara y vas hacia tu destino ya marcado por tu conocimiento. Parece alejado pero andas despacio intuyendo como serían las escaleras en su momento, tocas troncos de olivos, te sujetas, pasas entre la primera multitud, acaricias a tu acompañante, os dais un beso, os miráis y seguís subiendo. Piedras que resbalan hacen que agaches la mirada, al levantarla pasas entre altas columnas, unas de mármol dóricas y jónicas, antiguas, perennes en los años y otras igual de altas pero de metal, hechas por el hombre moderno, el práctico.
El sendero de piedras te conduce a los templos ex-divinos, a la derecha ves el Partenón, alto, grandioso en su momento y que aún implanta una sensación de poder, de sabiduría. El viento te hace girar, mover continuamente las manos colocándote el pelo, fotos para llevártelo todo, pero no se puede, con tu mente atrapas mas pero no por siempre, otra vez gana el hombre actual, el práctico. A la izquierda se ve el porche de otro templo sujetado por mujeres estatuas que murieron por amor a sus hombres queridos.
Sentémonos, cojámonos, estrujémonos, disfrutemos aquí sentados en una piedra histórica, por un minuto o dos, sin prisas.
Entre las burbujas de sol en nuestro cuerpo bajamos las escaleras, recoges la mochila que te quitan a la subida, incomprensiblemente para que no te lleves nada, como hicieron los ingleses en la época del colonialismo, y que ahora exponen con orgullo en su gran museo del robo y del expolio.
Tomas un refrigerio en una terraza, pruebas la dolmada (carne de cerdo picada con arroz y especias envueltas en hoja de parra cocida), descansas un rato y disfrutas, ¿de que?, del momento, de la compañía, del misterio de un futuro próximo, de tu viaje.
Recorremos las calles, empedradas o lisas, tus pies te sujetan y sigues, sigues hasta que alguno se da cuenta y paras, entramos a lo que queda de los templos de Thisio, piedras, eso es, descubres que ahora solo son piedras, pero fue una civilización grandiosa con un parecido demostrable a la nuestra. Un esclavo = Un tercermundista, Un sabio = Un político, Un trabajador = Un consumista.
Probamos el tranvía, vimos la puerta de Adriano y el Olimpión a la puesta de sol, y reímos con el baile del pato en el cambio de guardia. Cenamos sin luz, pero con cerveza Mhytos, paseamos y el sábado se convirtió en domingo.


Cuando despertamos, subidos a un autobús destino Cabo Sunio nos hayamos, salimos de la ciudad, seguimos la vía costera, descubrimos el mar y no lo dejaríamos de ver hasta la vuelta, que suerte que hay mar, gracias mar. Esta muy lejos, 2 horas de trayecto, para contemplar el templo de Poseidón como lo hacían los antiguos marineros desde sus barcos. Confirmamos que las columnas que hacían los griegos son muy resistentes pero sus cúpulas y tejados no lo son tanto.
Allí no hay nada de nada, el templo y fuera, un bar caro y fuera, una tienda de recuerdos y fuera, fuera de allí nos largamos a las 2 horas, cogimos el bus de vuelta haciendo un recorrido inesperado por el interior, atravesamos pueblos, embarcaron autóctonos y nuestro espacio poco a poco se reducía. Éramos muchos en el mismo cubículo, los nervios florecían, nuestros cuerpos se separaron para dejar a otro cuerpo menos fuerte relajarse, una familia entró, cuatro generaciones de mujeres inmigrantes escudriñaban el autobús, dos hermanas justo detrás nuestro llevaban comida en una hoya, tapada como si fuera un tesoro. Pasaron dos horas y media y no notábamos indicios de llegada a Atenas, seguíamos recogiendo y soltando destartalados habitantes del interior.
La cosa ésta, que en la cabeza sale, la furia que te invalida tu costumbre, el como eres en realidad, desesperas y gritas, ¡ya está bien!, quiero llegar.

Hacía poco que llegamos y pronto fuimos al lugar de Atenas que da placer, pensábamos haber visto todo, incrédulos, anocheciendo, sin ninguna orientación. Un finísimo hilo, transparente a nuestra pupila enganchó nuestro cuello, el nos guiaba por caminos vírgenes, una calle, esquinas, casas bajas, parras, hasta el barrio de Plaka, muy pintoresco y romántico. Restaurantes y bares ofrecían manjares y bebidas de descanso, melodías griegas pintaban de un color puro el éxtasis de los turistas, empeñados en creer en ser los más afortunados. Elegimos para saborear la cocina, el lugar más alto, en su jardincito, además de parras, melocotoneros y rosales crecían mesas y sillas de madera, nos unimos con el ojete a ellas y paramos su evolución dentro del jardín para nuestro beneficio, consumado con calamares, brochetas, y bañado con vino blanco.
Besos en domingo noche y menos intensos pero de gran valor, muy temprano el lunes.


La distancia no hace coincidir los paisajes. Un lugar, piensa en un lugar, ya... Ahora desplázate de allí cincuenta kilómetros hacia el norte o el sur, el este o el oeste, da lo mismo. ¿Ya estás allí? A que cambia mucho, por todo, sigue teniendo cosas en común pero el paisaje es diferente. Eso nos pasó después de surcar durante cuatro horas el mar Egeo, cambió la visibilidad, el terreno era el mismo, tierra seca desertizada, sin vegetación abundante.
Santorini, isla del egeo, la más alejada de las cícladas con respecto al puerto de Atenas, allí pasamos algo más que dos días, refrescamos el cerebro ausentándonos de la tierra, nos encontramos un fortín dulce de agua calmada, que en su día colocó a la isla en esta forma lunar, la fuerza de la naturaleza es infinita, un volcán desperdigó su saliva y quiso agasajarnos a los mirones y primitivos con este precioso lugar, su atardecer no tiene precio, es exquisito, es la yema del huevo puesto por una gallina de corral, alimentada sólo con alimentos puros, sin química, sin maltratos, puesto a gusto, por que quiere y lo necesita.
El sol junto al mar, se tocan, se sienten, dilatan el placer, suerte en abundancia, el aire es limpio, sagrado, tu piel se tensa, tus oídos reaparecen olvidados del fondo de los ruidos monótonos y cotidianos. Lo haces todo de verdad, el tiempo en Santorini anda no corre, pasea por las playas y calas, visita los pueblos blancos y azules, las terrazas del borde del barranco. Piedras volcánicas negras se mezclan con arenas rojas.

Un beso ahora, un manoseo, un buen pescado a la brasa en el puerto escondido de Oia, una sandía cretiana antes de acostar o también al desayunar. Escuchar a Pink Floyd mientras tomas una Mhytos en el chiringhito de la playa, ver venir a tu tesoro andando, relajada, sin preocupaciones, momento vuestro y punto, sin nadie mas.
Alquiler del coche con capota, 20€ por día, el mas escaso y pequeño. La vuelta lenta, 11 horas, no pierdas el billete por que no te devuelven el dinero, aunque intentes sacar toda tu maldad y despotriques, no te harán caso. Nos fuimos muy a gusto, lentos, pausados, enrolados en una meditación acertada sobre nuestro viaje, conquistamos un lugar para nosotros, es nuestro para siempre y volveremos. Es posible que haya sido el viaje en el que mas veces hemos dicho, ¡Que bien se está aquí!.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

el relato me ha parecido rápido e interesante, no aburre quizás falta algo de información sobre su historia.

Anónimo dijo...

Bien, muy bien, perdon por en comentario personal. Aquie si te reconozco, eres.

Angel Hurtado Muñoz dijo...

Este si, menos mal estaba preocupado. Un abrazo y que vaya bien.