4 jul 2007

Viaje a Portugal

Portugal

He dado muchas vueltas, me he movido por muchos lares, me han maltratado pero a veces me hicieron cosquillas. Estoy sucia, una vez estalló mi trasero y todo lo que tenía dentro se desparramó, puse todo perdido, desde entonces tengo el culo ennegrecido.
Aguanto mucho peso, kilos y kilos, y los he aguantado de verdad, no como esas que dicen que aguantan y luego a la primera de cambio se desencajan. Además a mi me abren y me cierran, me suben y me bajan, me retuercen, me rozan, me babean durante las noches.

Es verdad, yo duermo en cualquier parte, en la playa, la montaña, sierra, monte, espesura, ciudad, en poblados y pueblos, con frío y calor por eso tengo tan mal color. ¡Con lo que yo era! Cuando salí de mi país, fue de niña y no recuerdo muy bien el viaje, antes de llegar a mi destino creo que me transformaron, me pusieron guapa, me retocaron el pelo y sobre todo mi embellecieron el interior. Me conciencié con los años de mi labor en este mundo, siempre serviría para lo mismo, lo hago con placer, orgullo y honor, viajar es lo mio. No me cuesta trabajo alguno, aunque parezca a veces renqueante soy fuerte y valiente, me atrevo con todo.


Esta vez decidieron llevarme a Portugal, un país pegado a España, éramos cinco y yo seis, muchísimo peso; 15 bolsas de plástico con comida, ordenador, ropa, sacos, altavoces, maletas, agua, cazadoras, revistas, Dvd´s, etc. Al subir todo, pensé que nos íbamos a ir a dar la vuelta el mundo, y no es que me diera miedo…
Salimos de Valdemorillo, me cogió un chico majísimo, me hacía bien los cambios, no me forzaba, se portó bien a lo largo de todo el viaje y además me gustaba su trasero, le llamaban Gele los demás, también conocí a dos hermanas Viky y Elena y a dos chavales mas Carlos y Agus, de lo peorcito.
Después de cuatro horas por autovía paramos en Toro, pueblo de Zamora famoso por sus vinos de calidad indiscutible, no fue muy largo el descanso. Yo me quedé en aparcamiento después de pasar por el arco de entrada al pueblo, pero mi alma fue con ellos (pasaría lo mismo durante todo el viaje, mi alma va con los que transporto, por eso me llaman transporter). Comimos y probamos el vino, unas fotos por la calle principal y a seguir con la carretera, esta vez una secundaria.
Como se notó el cambio de conducción, Carlos, rascándome todo el rato, atemorizándome en cada frenada, no pude casi observar el paisaje llano y el campo infinito, a veces con cultivos de placas solares, no me dejaba mirar al cielo azul ni sentir el viento raso, que cabrón. Nos tropezamos con varios controles de la guardia civil y ¡no nos pararon! Con la pinta que traía, y encima el Carlos poniéndose nervioso, disminuyó la marcha. Al pasar los controles todos le regañamos.

Los demás dormían en el momento que Carlos, el paquete con culo preto y peludo, y Gele el cachondo, pasamos la frontera y nos adentramos en la provincia de Tras os Montes, la región mas pobre y desconocida de Portugal, era ya media tarde, paramos a tomar un refrigerio, descubrimos el recinto amurallado de Braganza, rodeada de murallas y situada en una estratégica colina. Paseamos por sus calles, vimos el museo del traje, recorrimos el recinto amurallado, tomamos algo y Elena se perdió.

Seguimos a buscar un buen lugar para dormitar esa noche, elegimos una llanura alejada de los pueblos, dentro del Parque Natural de Montesino, era el puro campo, se respiraba un aire limpio, y las vistas magníficas de semi-montañas peladas por el viento. A la región se la conoce como “terra fría”.
Allí dormimos asegurando las ruedas con multitud de piedras, hicimos comida, jugamos al poker, apostamos, fumamos, meamos, hablamos, discutimos. Era curioso, para que uno alcanzara a coger algo, todos los demás nos movíamos con él, era un estado de continuo ajetreo que une o desune. Nos acoplamos y dormimos cuando entraba la noche.

Despertamos temprano, desayunamos y a la hora y media entrábamos en Vinhais. Tuve una especie de rotura en una de mis rodillas y emitía un sonido agudo, molesto, constante y martilleante que a veces paraba y luego continuaba, me llevaron al taller pero ni me miraron, solo se aseguraron de que pudiéramos seguir sin problemas, no tenían confianza en mi.
Desayunamos otra vez, porque Viky no pudo a la primera. Vimos gracias a un joven bombero el destartalado y abandonado palacio. Quisimos desviarnos de la ruta para ver el puente romano de la ciudad de Mirandela, un timo, pero descansamos a la orillas de su río.
Volvimos a la ruta, hacia la ciudad de Chaves, famosa por las aguas termales de 45º C. En el transcurso, la música de otro aparato moderno se oía dentro de mi.
En Chaves no quisieron dormir conmigo y se alojaron en un hostal barato 110€ los cinco. La ciudad es preciosa, junto a los altos picos del Tamega. Los manantiales termales y la existencia de oro en las proximidades animaron a los romanos a establecerse allí. Cenamos en una bodega con techos altísimos y 4 grandes barricas que nos surtieron durante la velada. Sentados en los taburetes fuimos deleitándonos con bacallao, ensaladas, carnes a la brasa, etc. Buscando lugar para tomarnos una copa entramos en uno pero raro, tan raro, que nos fuimos, un bareto sólo con Wisqui, ron y cuatro viejetes. No pudimos probar sus aguas termales pero la idea de darnos un chapuzón continuaba en nuestra mente.

A la mañana siguiente me volvieron a cargar con sus bolsas y lentamente con Elena al volante, disfrutando del paisaje y de su culito perfecto, pasando lagos y montañas llegamos a Braga, dentro ya de la provincia de Minho. Me dejaron, pero fui en alma con ellos, dimos un garbeo, probamos los fresones mientras caminábamos por la ciudad, es bella y entrada en años, se nota por sus edificaciones bajas y coloniales. Estábamos es Semana Santa y los portugueses son muy beatos, por todas las calles nos inundaba una voz de Cura dando misa, el centro peatonal tenía altavoces escondidos emitiendo un sonido monótono que no te dejaba pensar. Buscando un lugar para comer me enteré que volverían a dejarme plantada esa noche. Comimos menú del día, algunos, pollo asado, otros frijoles y otro carne y huevos, barato y bueno.

Encontramos alojamiento en el centro por 90€ los cinco y yo en el parking, hicimos fotos de la ciudad, vimos su catedral descubriendo por fin de dónde salía la música de las calles y nos alejamos un poco para ver el Bom Jesús Do Monte, ladera al este de Braga poblada de árboles dónde se encuentra el santuario mas espectacular de Portugal, se accede a ello por medio de una escalinata barroca, llamada de los cinco sentidos por sus cinco fuentes que los representan.
Nosotros subimos conmigo hasta arriba, andamos por el parque que hay detrás de la iglesia y montamos en barca en un minúsculo lago. Desde arriba veías con claridad parte del valle y todo Braga, tomamos algo en una terraza y al oscurecer nos marchamos no sin antes subir la colina un poco mas y contemplar ahora si todo el valle y la línea del infinito oscurecida. Desde ese explanada dónde termina la colina, completamente solos curioseamos lo que allí había, Iglesia, restaurantes, capillas, velatorios, jardines, baños y de todo hasta que nos cansamos y descendimos hasta la ciudad.
Descansamos un rato en el hotel y salimos a cenar, un matrimonio simpático nos indicó un restaurante aconsejado en la guía y allí fuimos después de dar varias vueltas y colarnos en la vía de la hiper famosa procesión de Semana Santa que al final nos perdimos.
Abade De Priscos, una casa convertida en comedor con un magnífico metre-camarero nos perturbó el estómago de ricos manjares portugueses: empanadillas de carne, cabrito asado, freijoles con bacallao, sin olvidarnos del Vinho verde de la zona.
Llenos nos fuimos, tomamos una cerveja en un bar irlandés y pal hotel, aquí no hay garitos. El irlandés era peculiar no por la decoración que es como todos, ni por la cerveza que es guiness, sino porque al entrar el portero te deja un papel, ese papel sirve para anotar las consumiciones, al terminar pasas por caja, pagas y te sellan el papel, luego si no le das al portero el papel sellado no te dejan salir, el portero se pone en medio con sonrisa burlona y dice, “bacallao, bacallao dame lo que te han sellao”.

Arriba mis niños, desayuno en la terraza del hotel, espero que hoy se acuerden de mi, esta noche necesito culitos, colitas y tetitas en mi esponjoso y mullido asiento, echo con todo el amor y diseñado por un tal Ben Pon en abril de 1947 que por casualidad tropezó con un extraño vehículo paseando por la fábrica de Wolfsburg (Alemania). Se trataba de un vehículo transformado por los trabajadores de la planta para facilitar el transporte de planchas pesadas entre las distintas naves.

Y a mi vinieron los viajeros, se subieron y con suavidad nos alejamos de la ciudad de Braga, hacia Oporto, era temprano cuando llegamos, las 10 a.m., o así, me cambiaron varias veces de parking, “Aquí no, esta lejos, decían Elena y Viky”.
La ciudad de Oporto fue una aparición, el centro es espectacular, está nombrado por la UNESCO, ciudad patrimonio de la Humanidad. Se nota antigua y aletargada en el tiempo, sin reformas ni modernidades, una ciudad arcaica con gente post-arcaica.
Tiene un río, el Duero que la arrasa por en medio, es un río hinchado y azul oscuro, es la parte final dónde desemboca al mar.
Las dos orillas del río, al pasar por la ciudad, son diferentes, una inundada de bodegas de vino, naves industriales y carteles con la marca de cada casa de vino; la otra deslumbrante por las fachadas de las casas coloreadas, apiñadas, pegadas entre ellas, con balcones y terrazas, algunas abarrotadas de azulejos y otras de ropas lavadas. Ese barrio estrecho, cuesteado y sucio es la Ribeira.
Las dos orillas las une un puente de hierro forjado a dos alturas, por abajo los coches y peatones y por arriba el metro, el tren y mas coches.
El uso del azulejo es muy normal, la estación central (Sao Bento) está abarrotada de ellos, cuentan la historia de la ciudad con varios mosaicos. Esto me recuerda a lo que decía Agustín, “es muy típico que las aceras estén empedradas por minúsculas piedras”, lo dijo durante todo el viaje, en todas las ciudades y creo que aún lo va diciendo por ahí, que bolo.
Paseamos por las orillas y quedamos con unos maleantes amigos de Carlos, una pareja, deseamos comer bien y lo hicimos, pero que muy bien, el restaurante-bar atendido por un chico robusto no contribuyó al descanso, pero si al placer y a la gula. Percebes, arroz caldoso a la marinera, bacallao, ensaladas, carnes a la brasa atravesadas por un espada, quesos y buen vino blanco. Los paladares resurgieron de sus cenizas y todos cumplimos como comedores y algunos más que otros como bebedores.
Visitamos la ciudad, entramos en iglesias y en el edificio de la bolsa con una visita guiada en portugués, no nos enteramos de nada y el interior no está muy allá excepto la sala Árabe que imita al estilo de la Alambra.
Marchamos de la ciudad al atardecer cogiendo la carretera de la costa hacia el minho, dimos vueltas para encontrar un lugar de descanso y cerca del el río Minho nos plantamos. Hubo alguna distensión entre nosotros pero rápido se zanjó. El lugar era entre árboles cerca de una población cercana (Caminha), pudiera ser el lugar elegido por sus habitantes sin casa para trajinar sin ser vistos, no se sabe.

Se acoplaron en mi panza, sacaron unos sandwiches, bebieron cerveza, hablaron, charlaron del mundo; inmigración, gobiernos corruptos, símbolos, música, caos, paranoias, sicóticos, locuras; colocados imaginaron volar. Nadie salía de mi, fuera frío y mosquitos. Hubo risas, imitaciones y mas cerveza, y mas porros.

Tardaron en despertarse y con mi tac tac tac, despegamos ladeando el río minho, tomamos algo en la Plaza Mayor de Caminha, desde sus muros, se ve al otro lado del río el país de España, paseamos sus calles, antiguas casas palaciegas las recorren, es pequeño y acogedor. Continuamos sin perder el interés en los alrededores repletos de viñedos, el monte estaba peinado de viñas, separadas entre si por muros de piedra. Pasamos Vilanova de cerveira, Valenca do minho (no compraron toallas y se vendían por kilos). Hacía sol, rabioso, dejaba estar contento, animoso.

Pronto me abandonarían, ya se les oía decir, “nos queda poco”. Antes de pasar la frontera paramos a comer, otra vez acertamos, barato y exquisito, el chorizo casero, el Alvairiño (vino típico de la zona), la carne, croquetas y más.
Nos vino a la memoria la gran idea de visitar un balneario, aguas termales, relax, paz. En el primer pueblo que nos encontramos (Rivadavia), nos apeamos y lo recorrimos, era bonito, especialmente su barrio judío y el hombre borracho puesto adrede por el Ayuntamiento para atraer al público. Llovía al marcharnos.

Aunque parezca mentira, notamos entrar en Galicia. El norte de Portugal son sus pies, son bonitos aunque sea difícil que los pies de alguien sean bonitos pues estos lo son, pero las pantorrillas mucho mas y nos quedamos con las ganas de deslizarnos por ellas, pero no había tiempo. Los pies suelen estar más trabajados aunque aguantan todo el peso y sin ellos nos desplomaríamos.
Las reacciones de los viajantes eran: “un balneario, mira”, “ahí anuncian otro, vamos a parar”, “en este, ¿Preguntamos?”. Eso hicimos, no había plazas pero llamaron a otro y lo conseguimos, el nombre y el lugar son sensatamente irrecordables después del jaleo que tuvimos para encontrarlo. Las indicaciones fueron pésimas y los receptores del mensaje tupidos, atontados y perdidos. Nos dieron un mapa, dibujado para expertos en cartografía. Era una compañía con varios centros de aguas termales por la zona, los precios variaban, entre 100 y 120 por habitación doble incluido el baño en las piscinas, pero sin desayuno y sin sauna. Me fue complicado no transformarme en humano para disfrutar del colchón de látex, de la sauna, del baño con espuma en la bañera, de la tranquilidad, del copioso desayuno, de las vistas…

Hubo griterío, confusión, paranoia; encima oscureciendo. Llamamos varias veces a la recepcionista para que nos indicaran. Pasamos de largo tres veces y dimos la vuelta otras tantas; “Fijaros en la iglesia y en una casa colorada”, no había desvío, era simplemente una calle que te adentraba en un viñedo y un cartel vaporoso lo indicaba hotel Lanredo.
Me dejaron tirada en la calle y esta vez mi alma no pudo seguirles, mi instinto de hipyosa no me dejó, pero me hubiera gustado, de veras, mi cuerpo quería pero mi corazón es superior, más grande, me lo hicieron así, mi alma se quedó.
Se lo que ocurrió porque contaron sus experiencias mientras marchamos a cenar, que gusto. La cena rica, en Rivadavia, a punto de no servirnos en el restaurante, pedimos el plato típico, no recuerdo el nombre, era una mezcla de chorizo en salsa y patatas, fue fuerte (que se lo digan a Elena que le tapono el culo). A la vuelta los dos payasos haciendo el ganso, me rozaron el morro bajando una pendiente, y encima casi ligan con unas niñatas, como miraba Viky a Carlos, mucho cuidado.
Descansaron y yo fuera con frío y en silencio. La mañana siguiente fue la última que compartimos, volvíamos a Valdemorillo, no sin antes destrozarnos el estómago comiendo salvajemente en un restaurante, antiguo curtidor, elegido por Viky, que todo hay que decirlo. Retorno.

El 8 de marzo de 1950 se inició en la factoría de Wolfsburg la producción en serie de uno de los modelos más míticos de Volkswagen: el Transporter. A día de hoy yo una de ellas sigo viva y con mas ganas de marcha que nunca.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

este viaje tipo relato me parece una verdadera guia turística que acompaña muy bien los lugares a visitar y la gastronomía del lugar, tiene como curiosidad erl qwue habla un vehículo.

sigue así chico.

Angel Hurtado Muñoz dijo...

Muchas gracias por el ánimo de tu comentario. Te lo agradezco.

Anónimo dijo...

Ayyyy que bonita historia contada por esa entrañable furgoneta, joo pobrecita, que pena me daba cuando la dejabais.....bueno y está muy interesante los sitios que cuentas, yo he estado también en Oporto y he tenido muchos recuerdos mientras leia vuestro viaje....bueno ya otro día seguiré leyendo los otros, que por lo menos hacen que mi mente se relaje un poco.....suerte y saludos

Anónimo dijo...

muy buena tu forma de narrar la aventura a través de la furgoneta. Un relato original y una forma diferente de conocer Portugal.
Sólo decirte que la furgoneta en ocasiones parece que está un poco "salida". Además tienes una gran suerte de tener amigos que tengan tantas vacaciones. Ojalá yo hubiese tenido esa suerte o hubiese tenido amigos funcionarios.
Un saludo y sigue así.